Hoy siento ganas de traer a este Blog al conde Jan Potocki y a su obra Manuscrito encontrado en Zaragoza, novela escrita por el conde polaco Jan Potocki y una de las grandes principales joyas de la literatura fantástica de todos los tiempos en la que la historia arranca en el sitio de Zaragoza. En ella aparece retratada la España del siglo XVIII, con majos, inquisidores, marquesas y endemoniados... En español tenéis ediciones en Valdemar y en Alianza de Bolsillo.
El conde Jan Potocki nació el en castillo de Pików, en Podolia (región entonces polaca, posteriormente anexionada por Ucrania), de familia noble. Sus primeros estudios los cursó en su país, recibiendo una sólida educación, y a los doce años fue enviado a Suiza para continuarlos en Ginebra y Lausana, donde se inició en el conocimiento de las ciencias y en los estudios literarios y lingüísticos. Los años de su educación suiza despertaron en el joven aristócrata una curiosidad por las ciencias yun sentimiento cosmopolita de la vida. A su regreso a Polonia abrazó la carrera militar, como era costumbre en la nobleza. Ingresó en la Academia Militar de Viena, pero pronto la abandonó para consagrarse a las dos pasiones que iban a dominarle hasta su muerte: los viajes y los estudios. Decidido a saberlo todo, no tardó en poseer una cultura enciclopédica, y un dominio de casi todas las lenguas modernas, además de las clásicas. Al mismo tiempo, el joven conde Potocki se contagió del espíritu liberal y progresista que imperaba en la ilustrada de la corte polaca, cuyo soberano, Estanislao Augusto, era uno de los protectores de la masonería, a la que pertenecían algunos de los grandes señores de la nobleza. Algunas damas compartían ese espíritu, entre ellas la princesa Isabel Lubomirska, con una de cuyas hijas, la princesa Julia, se casaría Potocki pocos años después.
Cuando se suicidó en 1815, el viajero, político y conspirador, científico y arqueólogo Jan Potocki, dejó muchos textos inéditos. Una vida extraña. Y esa misma extrañeza envolvió y envuelve a su libro más célebre: El manuscrito encontrado en Zaragoza, que empezó a bosquejar en torno a 1797. Entre 1804 y 1805 aparecieron unas pruebas de imprenta en San Petersburgo, pero hubo que esperar algunos años para que pudiese hablarse de ese texto y de un libro; en 1809, se publicaron fragmentos en alemán.
Así comienza la historia:
Como oficial del ejército francés, me tocó asistir al sitio de Zaragoza. Pocos días después de la toma de la ciudad, habiendo avanzado hasta un lugar algo apartado, descubrí una casita de uy buen aspecto, que en un principio pensé no habría sido visitada aún por ningún francés.
Tuve la curiosidad de entrar, y llamé a la puerta, pero al ver que no estaba cerrada, la empujé y entré. Aunque llamé y busqué por toda a casa, no encontré a nadie. Sin duda se habían llevado todo lo que poseía algún valor, y ya no quedaban sobre las mesas y en los muebles más que objetos sin importancia. En un rincón advertí, sin embargo, esparcidos por el suelo varios cuadernos escritos, y al echarles una ojeada comprobé que contenían un manuscrito en español. Aunque mi conocimiento de esa lengua es escaso, sabía de ella lo necesario para darme cuenta de que era un texto entretenido, en el que se hablaba de bandidos, de almas en pena, y de adictos a la cábala; pensé que nada mejor que distraerme de las fatigas de la campaña que la lectura de una novela extraña. Y convencido de que el curioso manuscrito no volvería ya a su legítimo dueño, no vacilé en apropiármelo.
Días después nos vimos forzados a abandonar Zaragoza, y habiéndome alejado desgraciadamente del cuerpo principal del ejército, tuve la mala suerte de ser apresado con mi destacamento por el enemigo. Creí llegada mi última hora. Cuando llegamos al lugar donde nos conducían, los españoles comenzaron a despojarnos de nuestros objetos. Les rogué que me permitieran conservar una sola cosa, que nada podía servirles: el manuscrito que había encontrado. Aunque al principio no parecían dispuestos a ello, acabaron pidiendo la opinión de su capitán, que en cuando vio el libro vino hacia mí para agradecerme el haber conservado intacto un manuscrito que él tenía en gran estima, pues contenía la historia de uno de sus antepasados. Le conté entonces cómo había llegado a parar a mis manos, y apenas lo hube hehco me llevó con él a su casa, donde pasé una temporada, muy bien tratado, y le rogué que me tradujese el libro al francés. Lo que sigue es su traducción, que yo escribí bajo su dictado.
El conde Jan Potocki nació el en castillo de Pików, en Podolia (región entonces polaca, posteriormente anexionada por Ucrania), de familia noble. Sus primeros estudios los cursó en su país, recibiendo una sólida educación, y a los doce años fue enviado a Suiza para continuarlos en Ginebra y Lausana, donde se inició en el conocimiento de las ciencias y en los estudios literarios y lingüísticos. Los años de su educación suiza despertaron en el joven aristócrata una curiosidad por las ciencias yun sentimiento cosmopolita de la vida. A su regreso a Polonia abrazó la carrera militar, como era costumbre en la nobleza. Ingresó en la Academia Militar de Viena, pero pronto la abandonó para consagrarse a las dos pasiones que iban a dominarle hasta su muerte: los viajes y los estudios. Decidido a saberlo todo, no tardó en poseer una cultura enciclopédica, y un dominio de casi todas las lenguas modernas, además de las clásicas. Al mismo tiempo, el joven conde Potocki se contagió del espíritu liberal y progresista que imperaba en la ilustrada de la corte polaca, cuyo soberano, Estanislao Augusto, era uno de los protectores de la masonería, a la que pertenecían algunos de los grandes señores de la nobleza. Algunas damas compartían ese espíritu, entre ellas la princesa Isabel Lubomirska, con una de cuyas hijas, la princesa Julia, se casaría Potocki pocos años después.
Cuando se suicidó en 1815, el viajero, político y conspirador, científico y arqueólogo Jan Potocki, dejó muchos textos inéditos. Una vida extraña. Y esa misma extrañeza envolvió y envuelve a su libro más célebre: El manuscrito encontrado en Zaragoza, que empezó a bosquejar en torno a 1797. Entre 1804 y 1805 aparecieron unas pruebas de imprenta en San Petersburgo, pero hubo que esperar algunos años para que pudiese hablarse de ese texto y de un libro; en 1809, se publicaron fragmentos en alemán.
Así comienza la historia:
Como oficial del ejército francés, me tocó asistir al sitio de Zaragoza. Pocos días después de la toma de la ciudad, habiendo avanzado hasta un lugar algo apartado, descubrí una casita de uy buen aspecto, que en un principio pensé no habría sido visitada aún por ningún francés.
Tuve la curiosidad de entrar, y llamé a la puerta, pero al ver que no estaba cerrada, la empujé y entré. Aunque llamé y busqué por toda a casa, no encontré a nadie. Sin duda se habían llevado todo lo que poseía algún valor, y ya no quedaban sobre las mesas y en los muebles más que objetos sin importancia. En un rincón advertí, sin embargo, esparcidos por el suelo varios cuadernos escritos, y al echarles una ojeada comprobé que contenían un manuscrito en español. Aunque mi conocimiento de esa lengua es escaso, sabía de ella lo necesario para darme cuenta de que era un texto entretenido, en el que se hablaba de bandidos, de almas en pena, y de adictos a la cábala; pensé que nada mejor que distraerme de las fatigas de la campaña que la lectura de una novela extraña. Y convencido de que el curioso manuscrito no volvería ya a su legítimo dueño, no vacilé en apropiármelo.
Días después nos vimos forzados a abandonar Zaragoza, y habiéndome alejado desgraciadamente del cuerpo principal del ejército, tuve la mala suerte de ser apresado con mi destacamento por el enemigo. Creí llegada mi última hora. Cuando llegamos al lugar donde nos conducían, los españoles comenzaron a despojarnos de nuestros objetos. Les rogué que me permitieran conservar una sola cosa, que nada podía servirles: el manuscrito que había encontrado. Aunque al principio no parecían dispuestos a ello, acabaron pidiendo la opinión de su capitán, que en cuando vio el libro vino hacia mí para agradecerme el haber conservado intacto un manuscrito que él tenía en gran estima, pues contenía la historia de uno de sus antepasados. Le conté entonces cómo había llegado a parar a mis manos, y apenas lo hube hehco me llevó con él a su casa, donde pasé una temporada, muy bien tratado, y le rogué que me tradujese el libro al francés. Lo que sigue es su traducción, que yo escribí bajo su dictado.
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