domingo, 11 de noviembre de 2012
El teniente August Schaumann en Salamanca
sábado, 10 de noviembre de 2012
Charles Synge
domingo, 22 de enero de 2012
El general Henry Mackinnon y el pueblo de Espeja

El general Mackinnon nació en 1773 cerca de Winchester, en Inglaterra. Su educación militar la inicio en Francia, donde Napoleón Bonaparte, también estudiante militar por aquel entonces, visitaba frecuentemente su casa y mantuvo desde aquellos momentos una estrecha amistad con la familia Mackinnon.
Mackinnon se enroló en el ejército a los 15 años, sirviendo durante tres como subalterno en el 43º Regimiento, y pasando después a los Guardias de Coldstream. Participó en la represión de la rebelión irlandesa, como voluntario en Egipto y en el bombardeo de Copenhague en 1807. En 1809 se alistó en el ejército portugués, con el que intervino en la célebre travesía del Duero dirigida por Wellington. Tomo parte destacada, con el ejército anglo-portugués, en la batalla de Talavera, dónde le mataron dos caballos y desarrolló una meritoria labor al hacerse cargo del hospital militar. En la batalla de Buçaco, en la retirada de los británicos hacia Portugal, demostró tanto arrojo y valor que Wellington le felicitó personalmente nada más concluida la lucha. De la misma forma se comportó en la batalla de Fuentes de Oñoro al frente de su brigada. En el cerco de Badajoz tuvo una recaída de unas fiebres contraídas en Egipto, y marchó a Inglaterra durante unas semanas para reponerse. En 1804 había contraído matrimonio con una hija de Sir John Call Su esposa plantaba en el jardín un laurel por cada acción de guerra en la que participaba su marido, y en esta última estancia de Mackinnon en Inglaterra, su mujer lo llevó a pasear por entre los laureles, y quizá por el impulso de una premonición, de un presentimiento, le dijó él con cierta tristeza que algún día tendría que plantar un ciprés al final de los laureles. En el asalto a Ciudad Rodrigo, le fue confiado el ataque principal. Dirigir la 3ª columna de ataque, de la 3ª división del Tte. General Picton, y embestir la "Brecha Grande" con los regimientos 45º, 74º y 88º.
Desgraciadamente, el General Mackinnon murió en este asalto a la "Brecha Grande" de Ciudad Rodrigo, al explosionar los franceses una mina cuando iniciaban su retirada hacia el interior de la ciudad. El General Mackinnon fue hallado muerto en la mañana del día siguiente al asalto, tumbado boca arriba. Era un hombre alto y delgado. Le habían quitado la casaca y hasta las botas. Estaba solo con la camisa y los calzones. Fue enterrado en una zanja abierta junto a la brecha, entre un montón de cadáveres. Poco después de haber sido enterrado, llegó desde Espeja un destacamento de los Guardias de Coldstream al mando del oficial Stepney Cowell para recuperar, si era posible, el cuerpo del General Mackinnon. Después de desescombrar y retirar la tierra del lugar donde había sido enterrado, y de remover varios cadáveres, se encontró debajo de ellos el cuerpo de Mackinnon que, un sargento del pelotón, se encargó de transportar a Espeja. Antes de proceder a su entierro el oficial Stepney Cowell le cortó al cadaver un mechón de sus cabellos y se lo entregó al Teniente Coronel Richard Jackson, amigo y compañero de armas del General, para que se lo entregara a su viuda como el más apropiado recuerdo. El día 23 de enero de 1812 fue enterrado con los honores militares correspondientes a su rango en la plaza de Espeja, en un lugar cercano a su iglesia de San Lino. El féretro que contenía sus restos mortales fue llevado a hombros hasta el sepulcro por oficiales compañeros de la Guardia de los Coldstream, de la 1ª división Picton, al mando del General Brent Spencer, que estaba acantonada en esta villa.
Tenía Mackinnon al morir 39 años, y se dijo entonces que Inglaterra había perdido una de las más brillantes promesas de su ejército. Cuando Napoleón fue informado de su muerte, demostró mayor sentimiento que por la pérdida de un simple amigo.
La muerte de Mackinnon (Ciudad Rodrigo, 19 de enero de 1812)
Las órdenes consistían en atacar la brecha principal, situada en el centro de las murallas de Ciudad Rodrigo. A las siete de la tarde, con los primeros rayos de luna, la columna que Mackinnon comandaba (formada por los regimientos 45º, 74º y 88º) marchó a toda prisa hacia la segunda paralela para prepararse para el asalto, que se llevó a cabo bajo el terrible fuego del enemigo. El espectáculo de horror y sublimidad que se produjo, fue un ejemplo para el resto de las unidades del ejército que no se vieron involucradas en el asalto. La brecha que se atacó resultó ser lo suficientemente grande como para que pasara por ella una columna de, por lo menos, cien hombres. Pero el enemigo había intentado obstruir el paso por la brecha construyendo un parapeto a la izquierda y dejando cortado el adarve a la derecha, aunque no dispusieron de tiempo suficiente para completar esta última medida defensiva. Cuando la cabeza de la columna llegó al foso, se produjo pequeño retraso por la falta de escaleras de asalto, aunque no se tardó mucho en disponer de ellas. Mientras tanto, la columna atacante por la izquierda, tuvo tiempo de acometer al enemigo sobre el adarve y la columna de la derecha de incorporarse al asalto de la brecha. Al llegar a lo alto del derrumbe, se produjo la explosión de una gran mina y, un poco más tarde, explotó otra más pequeña. Afortunadamente, las explosiones no causaron grandes daños entre nuestras tropas. El general Mackinnon, habiendo asegurado de forma brillante la posesión de la brecha y no encontrando mayor oposición por parte del enemigo en ese sector, ordenó al regimiento 88º que avanzara hacia la derecha por el adarve mientras él hacía lo propio hacia la izquierda, al mando del 74º. Cuando se encontraba trepando por un parapeto, que se había levantado para obstaculizar el acceso al adarve, un polvorín del enemigo, situado muy cerca de la brecha, voló por los aires. La voz del general fue oída por uno de sus edecanes un momento antes de la explosión. El abanderado Beresford se dirigió hasta este edecán y cayó medio muerto en sus brazos, haciéndole saber entre jadeos que el general había perecido en la explosión. Se supone que el general Mackinnon se encontraba cerca del abanderado Beresford momentos antes de la deflagración, y que cuando la brigada se dividió en dos para avanzar una parte por la derecha y otra por la izquierda, se oyó al general decirle al abanderado Beresford: “Ven, Beresford, eres un buen soldado, avanzaremos juntos”. Se cree que Mackinnon se mantuvo vivo toda esa noche. Su cadáver no se encontró hasta la mañana siguiente, cubierto de horripilantes heridas y con la nuca completamente abrasada. El general Picton ordenó a unos pioneros que lo enterraran en la brecha, pero posteriormente su cuerpo fue trasladado por los oficiales de los Coldstream Guards hasta la localidad de Espeja, donde fue enterrado con honores militares por sus compañeros de esta unidad tan respetada.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Las Águilas de Los Arapiles
Un águila constituía un preciado tesoro para cualquier regimiento que pudiera hacerse con uno de estos emblemas del ejército francés, entregados por el Emperador al primer batallón de cada uno de sus regimientos. La primera águila capturada por los británicos en la Guerra Peninsular fue arrebatada al regimiento 8º francés de infantería de línea en la Batalla de La Barrosa. La segunda fue encontrada casualmente en el fondo del cauce de un riachuelo en 1811 y en la Batalla de Los Arapiles se capturaron otras dos, aunque no serían las últimas.
Andrew Leith Hay, sobrino y edecán del general Leith, comandante en jefe de la Quinta División, escribió:
sábado, 4 de septiembre de 2010
Monumento dedicado a Wellington en Dublín
martes, 8 de junio de 2010
La isla de Elba

domingo, 6 de junio de 2010
Melgar de Abajo, 3 de marzo de 1813

La leyenda del cuadro reza lo siguiente:
Agustín Pablos Vº, de Melgar de Abajo, fue perseguido de una partida de Dragones franceses en el día 3 de Marzo del año de 1813. Quienes después de haberle atropellado con sus caballos, uno de los soldados con la espada le atravesó un brazo e hirió el vientre, en cuyo lance hubiera muerto, si la Virgen del Castillo, a quien él se ofreció de veras, no le hubiera libertado.
Gran trabajo, Roberto, muchas gracias, una tabla que supongo que tiene poco valor artístico pero muy interesante desde el punto de vista histórico. Ahora tenemos que intentar averiguar si la obra está fechada y firmada.
Soy un ignorante absoluto en cuestiones de arte, pero el cuadro bien podría tener casi doscientos años, y lo cierto es que los Dragones están perfectamente representados con su uniforme verde, su casco con cola de caballo y el resto del equipo.
domingo, 23 de mayo de 2010
Andrés Pérez de Herrasti, gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo

Andrés Pérez de Herrasti (1750-1818)
Andrés Víctor José Miguel Pérez de Herrasti Viedma y Aróstegui Pérez del Pulgar Fernández de Córdoba, descendiente de dos de las más ilustres y principales familias de la aristocracia andaluza, nació en Granada el día 6 de marzo de 1750. Por vía paterna, entre sus más remotos antepasados se encontraba Domingo Pérez de Herrasti –perteneciente a la antiquísima casa de Herrasti en Azcoitia (Guipúzcoa)– que fue uno de los caballeros que acompañaron a los Reyes Católicos en la conquista de Granada, obteniendo como premio un señorío en esas tierras: el del pueblo y campos de Baralaira, que recibirían el nuevo nombre de Señorío de Domingo Pérez y que se convertirían en su nuevo hogar. Por vía materna, descendía también de otro capitán de los Reyes Católicos, el afamado Hernán Pérez del Pulgar, conocido como «el de las Grandes Hazañas». Con estos antecedentes de heroísmo militar y de nobleza, repetidos de una forma u otra generación tras generación, no es extraño que el joven Andrés ingresara en el ejército en el año de 1762, a la temprana edad de doce años, concretamente como cadete del Regimiento Provincial de Granada. Dos años después entró como cadete en el Regimiento de Reales Guardias Españolas, unidad en el seno de la cual pasaría por todos los empleos y grados que consignamos a continuación: Alférez (1776), Alférez de Granaderos (1777), 2.º Teniente de Fusileros (1779), 2.º Teniente de Granaderos (1783), 1.er Teniente de Fusileros (1785), 1.er Teniente de Granaderos (1791), Coronel (1791), Capitán (1793), Brigadier (1795) y Mariscal de Campo (1809). En su hoja de servicios aparece un escueto informe sobre su persona: «Valor, acreditado; aplicación, bastante; capacidad, bastante; conducta, buena; estado, casado. Este oficial está en estado de continuar, es casado, bizarro y a propósito para el mando». Siempre en tan alta estima, Herrasti sirvió en el ejército español durante cincuenta y dos años, hasta su muerte, que le sobrevino en 1818, ostentando el grado de Teniente General y el empleo de Gobernador Civil y Militar de Barcelona – honores concedidos en el año 1814, tras su vuelta del cautiverio en Francia–.
Herrasti participó, además, en las principales campañas y en algunas de las más memorables acciones llevadas a cabo durante los años anteriores a la Guerra de la Independencia. En el año 1775 participó en la expedición que Carlos III envió a Argel en contra de las tropas del emperador de Marruecos y de los piratas que operaban desde ese puerto, operación que terminó en un auténtico desastre para los españoles, con más de mil quinientos muertos y unos tres mil heridos, entre ellos el protagonista de esta semblanza; en el bloqueo y sitio de Gibraltar desde el primero de septiembre de 1779 hasta que se concluyó sin éxito; en el sitio de Orán desde el 28 de mayo de 1791 hasta su evacuación y abandono; en la guerra contra Francia, entrando en el Rosellón con las primeras tropas en abril de 1793 y cayendo prisionero en mayo del año siguiente, durante la precipitada retirada española ante el ataque del general Dugommier; en la Guerra de las Naranjas contra Portugal, tomando parte muy primordial en la ocupación del lugar de Jarde, en la toma de la plaza de Villaviciosa y en otras muchas acciones.
Pero fue la Guerra de la Independencia la que marcó el triste destino de Herrasti, le convirtió en un personaje para la historia y le ofreció la oportunidad de demostrar su pundonor de militar hasta el límite de sus fuerzas y de su deber. El 17 de marzo de 1808, el por entonces brigadier Pérez de Herrasti, en ese momento destinado al frente del 1.er Batallón del Regimiento de Reales Guardias Españolas –que se encontraba acantonado en Vicálvaro– recibió la orden del coronel del Regimiento, el duque del Infantado –un fiel fernandino y, por lo tanto, enemigo acérrimo de Godoy– de asaltar el palacio del valido en Aranjuez y proceder a su captura. Este episodio provocó la abdicación del rey Carlos y el acceso al trono de Fernando aunque, como es bien sabido, el asunto no acabó ahí, sino con Napoleón interviniendo como árbitro del litigio entre el monarca y el heredero. De este modo, atrayendo con artimañas a padre e hijo a territorio francés –con la excusa de celebrar una reunión para solventar el problema de la legalidad de la abdicación de Carlos– Napoleón secuestró a la familia real española y desplegó sus tropas por España con el objetivo de lograr un cambio de dinastía –de los Borbones a los Bonaparte–, algo que hacía tiempo que ansiaba el Emperador. Herrasti, sin saberlo, se había convertido, con su intervención en Aranjuez, en uno de los personajes que pusieron en marcha el mecanismo de la guerra que asolaría España durante casi seis años. Poco tiempo después habría de pagar, con la humillación y el cautiverio, su participación en esa lamentable lucha por el poder que terminaría convirtiendo a España en un campo de batalla sobre el que Francia y Gran Bretaña dirimirían quién iba a ser la primera potencia mundial del siglo XIX. Mientras tanto, el pueblo español luchaba por un rey, Fernando VII, que, a su vuelta en 1814, terminó demostrando que más habría valido aceptar de buen grado el cambio dinástico impuesto por Napoleón.
El día 2 de mayo, el brigadier Pérez de Herrasti puso a su batallón y demás tropas de la comarca, así como a varios pueblos, sobre las armas para socorrer Madrid, sublevado contra los imperiales. El auxilio no se hizo efectivo, ya que desde instancias superiores se recibió la orden de no intervenir en los sucesos de la capital. Desesperado por luchar contra el invasor, Herrasti marchó, con su batallón de Reales Guardias Españolas y el Ejército del Centro al mando del general Castaños, a La Rioja, hallándose en todas las diferentes posiciones que allí se tomaron: socorro de Lodosa, expedición de Autol y apostadero de Ausajo, hasta la batalla de Tudela, librada el 23 de noviembre de 1808, debacle española tras la cual el Ejército del Centro inició una penosa retirada hacia el sur, en busca de nuevas órdenes por parte de la Junta Central –en ese momento también en plena huída y por lo tanto difícil de localizar–. Durante esa retirada, Herrasti tendría ocasión de destacarse en la acción de Tarancón (Cuenca) del 25 de diciembre, en la que rechazó, por dos veces, con trescientos hombres de su batallón, a una fuerza de caballería compuesta por ochocientos Dragones de la Brigada del general Perreimond. El valor y la tenacidad demostrados en este combate le valieron el ascenso a mariscal de campo –aunque quizá este fulgurante ascenso fuera más bien una recompensa por su actuación en favor de Fernando VII en Aranjuez– y el empleo como Comandante General del Cantón de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real). Tras unos pocos meses, ya iniciado el año de 1809, fue llamado a Sevilla –la nueva sede de la Junta Central Gubernativa del Reino– que le destinó, el 15 de marzo de 1809, al Ejército de la Izquierda, que en ese momento se encontraba al mando del teniente general Marqués de la Romana. El lugar donde debía incorporarse a su nuevo empleo era Gijón, ciudad a la que, al estar el centro y el norte peninsular ocupados por los imperiales, solamente podía llegar por mar. El día 19 salió del puerto de Cádiz acompañado por su nuevo edecán, el por entonces teniente Joaquín de Zayas. La travesía transcurrió tranquila hasta que, habiendo ya llegado a aguas del Cabo de Peña el día 20 de mayo, y a menos de una jornada del puerto de Gijón, se cruzaron con un bergantín cuyo capitán les advirtió de que la ciudad asturiana había caído en poder de los franceses. El día 17 de junio de 1809, un desesperado y agotado Herrasti estaba de vuelta en Cádiz, tras treinta días de penosa navegación bajo terribles borrascas, y sin haber podido incorporarse a su destino. Ansioso por entrar en combate, Herrasti solicitó un nuevo destino en el Ejército de Aragón, comandado por el general Blake y, si esto no era posible, al de Extremadura, con el general Gregorio García de la Cuesta al frente. Ninguno de los dos destinos le fue otorgado. Fue enviado de nuevo al Ejército de la Izquierda, ahora al mando del Duque del Parque, con el que combatió en la batalla de Tamames (Salamanca), librada el 18 de octubre de 1809, y que se saldó con una victoria de los españoles. Apenas un par de días después, Herrasti recibió el empleo que le enfrentaría a dos de los más afamados mariscales del Imperio, Masséna y Ney, y que le consagraría como héroe olvidado de la Guerra de la Independencia: gobernador militar de la cercana plaza de Ciudad Rodrigo, convertida en uno de los focos de resistencia más importantes al constituirse como sede de la Junta Superior de Castilla la Vieja, de la cual Herrasti sería presidente.
El 10 de julio de 1810, tras un asedio de dos meses y medio, Herrasti, un militar que ha de pasar a la historia por su aprecio por la vida humana, supo rendir la plaza de la que era gobernador en el momento preciso, sin faltar en absoluto a su deber como soldado, para así evitar una matanza por parte de los imperiales como represalia. Dos días después de la capitulación, Herrasti marchaba al cautiverio en Francia junto a toda su guarnición.
Como los demás deportados españoles, Herrasti recuperó su libertad en 1814, tras la abdicación de Napoleón. Un decreto del Gobierno Provisional de Luis XVIII dispuso que «para poner fin al flagelo de la guerra y reparar en lo posible sus terribles resultados, todos los prisioneros de guerra serán puestos a disposición de sus potencias respectivas». En un lamentable estado físico y moral, Herrasti aún tuvo que enfrentarse en Madrid al Consejo de Guerra de Purificación, que afortunadamente no encontró en él el más mínimo atisbo de traición a los Borbones y que determinó su limpieza y le recomendó para ser empleado por el rey «en el destino y clase que tenga S.M. a bien». El rey tuvo a bien ascenderle a teniente general el 28 de julio del año 1814 con la antigüedad del día de la rendición de la plaza de Ciudad Rodrigo; es decir, el 10 de julio de 1810. Ese mismo año le llegaría la concesión de la condecoración de la Orden de Lis por parte del restaurado rey francés Luis XVIII «para acreditar su adhesión a la causa de los Borbones» y en 1816 el nombramiento de caballero de la Gran Cruz Laureada de San Fernando, que luce con todos sus atributos en el retrato con uniforme de teniente general que se exhibe en el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo. Pero, en lugar de tantas distinciones, mejor habría sido que se le hubiera concedido un destino más adecuado a su estado de salud. En el mismo año de su ascenso a teniente general, Fernando VII, obviando los problemas de Herrasti, le envió a Barcelona como gobernador militar y político, ciudad donde el clima húmedo agravaría su dolencia reumática. Hasta la capital catalana se trasladaría Herrasti con la que era su esposa desde el año 1792 –la también noble María Antonia de Luca y Timmermans– y allí moriría el día 24 de enero de 1818, tras una vida enteramente dedicada a la milicia y tras emplear sus últimos años en emprender esenciales mejoras urbanísticas en la ciudad de Barcelona, tales como la construcción del primer cementerio extramuros.
lunes, 22 de marzo de 2010
Daguerrotipo del Duque de Wellington

lunes, 15 de marzo de 2010
La ensenada de Maceira

Las tropas al mando de Wellington desembarcaron en la Bahía del río Mondego, no muy lejos, como se nos cuenta en el Blog Wellington 1810.
LA ENSENADA DE MACEIRA
La flota que transportaba a las tropas al mando del teniente general Sir Harry Burrard echó el ancla en mar abierto, frente a esta ensenada, el 25 de agosto de 1808.
La única ventaja que parecía ofrecer este paraje como punto de desembarco era su cercanía al campo de Ramulhal, donde la infantería había tomado posiciones tras la acción del día 21. No era especialmente adecuado para fondear, ni los botes podían contar con ningún tipo de protección a la hora de intentar alcanzar la orilla, ya que esta cala, como todas las que hay a lo largo de la costa que se extiende entre las desembocaduras del Duero y el Tajo, está expuesta a los vientos del oeste y al oleaje del Atlántico.
Poco después de que los barcos hicieran su aparición por la línea del horizonte, se enviaron carros en los que cargar los suministros y provisiones. Éstos se mantuvieron dos días a la espera en la playa, puesto que no había manera de hacer llegar un solo bote hasta la orilla. Por fin el tiempo mejoró, el oleaje se calmó y se pudo proceder al desembarco, aunque se llevó a cabo asumiendo grandes riesgos y sufriendo algunas bajas.
El río de Maceira da nombre a esta ensenada y es a través de ella, cuando el caudal corre desbordado por las lluvias invernales, por donde el río se abre paso hasta el océano. En verano el Maceira se convierte en un arroyo apenas visible que, demasiado débil como para atravesar los bancos de grava que la marea ha traído hasta este paraje, termina en una pequeña charca y gradualmente desaparece en la arena.
El lugar habitado más cercano es una aldea por la que pasa la carretera y que está situada a una milla y media del mar, y a la misma distancia de Vimeiro. Esta última población, que está enclavada exactamente al este de la cala, cuenta con un centenar de casas construidas en la ladera de una colina, en una zona parcialmente cultivada, abundante en bosques de pinos y cuyo terreno está cubierto de jaras y mirtos que exhalan una agradable fragancia.
Se refiere a la Batalla de Vimeiro, librada el 21 de agosto de 1808 y que resultó en la primera gran victoria del general Arthur Wellesley, futuro Lord Wellington, sobre los ejércitos napoleónicos en esta ocasión sobre el comandado por el general Junot.
jueves, 31 de diciembre de 2009
Fuentes de Oñoro en el Arco de Triunfo

Os lo dije, Fuentes de Oñoro fue de esas batallas en las que ambos contendientes se consideraron vencedores.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
La Nochebuena del teniente August Schaumann

martes, 22 de diciembre de 2009
La provincia de Salamanca en el Arco de Triunfo de París



Los nombres de Tamames, Arapiles y Garcihernández no los podréis ver en el Arco de Triunfo de París, por la simple razón de que fueron derrotas francesas, siendo la de Los Arapiles una de las más humillantes.
sábado, 19 de diciembre de 2009
Los hermanos Le Mesurier
Henry Le Mesurier fue nombrado oficial abanderado del regimiento 48º británico el 12 de mayo de 1812. Apenas un par de meses después fue gravemente herido en la Batalla de Salamanca, y se le tuvo que amputar un brazo, herida que le envió de vuelta a Inglaterra y por la que recibió una pensión anual de 70 libras. Pero no iba a ser un brazo su única pérdida. Henry tenía un hermano, Havilland, que en 1813 servía como teniente coronel del 12º regimiento portugués de infantería de línea. En uno de los combates en los Pirineos, el 28 de julio de 1813, Havilland fue alcanzado por una bala que le entró por la nuca y le salió por un ojo, una herida mortal de necesidad, aunque el pobre Havilland aguantó con vida tres días más. En los periódicos ingleses se informó de que Havilland había sido herido, así que sus familiares y amigos vivieron atormentados durante más de tres semanas hasta que tuvieron noticias ciertas sobre el destino de Havilland.
Tristes son las historias de la guerra, sobre todo cuando pensamos en esos padres que tienen a todos sus hijos luchando en tierras extrañas de las que puede que nunca vuelvan. Al menos a los señores Le Mesurier les quedó un hijo.
domingo, 22 de noviembre de 2009
La tumba de John Beresford

En el momento de su muerte, el joven teniente avanzaba junto al general Henry Mackinnon, ambos al frente de los regimientos 45th, 74th y 88th.
La inscripción sobre la lápida reza así:
El teniente John Beresford del regimiento 88º pereció a causa de una mina en la brecha de Ciudad Rodrigo, siendo una de las primeras bajas sufridas en la noche del 19 de enero de 1812 y muriendo a la edad de 21 años.
El marqués de Campo Maior hizo de este modo conmemorar la muerte de un familiar querido.
sábado, 17 de octubre de 2009
Grabado de José Bonaparte
miércoles, 14 de octubre de 2009
Los Dientes de Waterloo

La explicación de esta evolución en las preferencias saqueadoras es muy sencilla. A lo largo del siglo XVIII la cantidad de azúcar en la dieta entre las clases altas aumentó enormemente, lo que hizo que la odontología, una ciencia abandonada durante siglos, viviera por entonces un gran apogeo tanto en Europa como en Norteamérica. En aquel tiempo los dientes postizos suponían una gran novedad, ya que en los siglos anteriores resultaban absolutamente desconocidos. Antes los dientes dañados se extraían y no se sustituían, aunque conocemos el caso de Isabel I de Inglaterra, que disimulaba las piezas dentales perdidas con trozos de tela cuando aparecía en público.
En el transcurso del siglo XVIII se comenzaron a desarrollar dentaduras completas o parciales al tiempo que los nuevos dentistas se las arreglaban para encontrar mejores métodos de fijación de las prótesis. De todas formas, las primeras dentaduras postizas se utilizaban más por mejorar la apariencia que para otra cosa, e incluso se quitaban a la hora de comer. Los primeros dientes de porcelana se fabricaron en 1774, pero su problema es que tenían cierta tendencia a sufrir desconchones e incluso a romperse, aparte de que eran demasiado blancos como para resultar convincentes. Los dientes artificiales realmente funcionales no se desarrollaron hasta mediados del siglo XIX, hasta que se descubrió la goma vulcanizada, lo que permitió que se fabricaran prótesis moldeadas según la forma de la boca del paciente. Así que, por lo tanto, hasta ese momento, el mejor sustitutivo de unos dientes humanos enfermos eran otros dientes humanos, normalmente insertados en una prótesis hecha de marfil de elefante o de morsa.
Pero el mayor problema era que la mayoría de los dientes que se podían emplear como sustitutivos eran de poca calidad, normalmente también piezas dañadas, provenientes de individuos que no cuidaban precisamente su dentadura, tales como gente de extracción humilde o delincuentes ajusticiados. Algunas veces los dentistas transplantaban directamente un diente de la encía de una persona a la encía de otra, algo que no solía funcionar y que era un método muy propio para transmitir la sífilis. Así las cosas, cuando comenzaron las guerras napoleónicas, los dentistas y los ricos con problemas dentales vieron el cielo abierto. Y con la muerte de miles de personas en los campos de batalla de Europa, no solamente las piezas dentales inundaron los mercados, sino que se pudo acceder a piezas de gran calidad, ya que la mayoría pertenecían a individuos verdaderamente jóvenes. De los 50.000 hombres que cayeron en Waterloo, la mayoría eran jóvenes sanos con la dentadura en muy buen estado, en mucho mejor estado que aquellas que solían llegar a los dentistas para hacer prótesis. Miles de dientes fueron robados a los muertos en Waterloo para terminar en el mercado inglés, el país que se podía permitir pagar lo que valían esas joyas bucales. De hecho, se les llegó a conocer como "Waterloo Teeth" (Dientes de Waterloo), y a menudo su nuevo propietario los lucía con gran orgullo, convirtiéndose en un complemento necesario para los individuos de las clases acomodadas de la época. La denominación "Waterloo Teeth" rápidamente se terminó aplicando a cualquier dentadura joven y saludable robada en cualquier campo de batalla napoleónico y se siguió usando durante todo el siglo XIX.
Aunque los dientes artificales comenzaron a aparecer en la década de 1840, en fechas tan tardías como la década de 1860 en Europa se podían encontrar a la venta dientes humanos importados de los campos de batalla de la Guerra Civil Americana.
lunes, 5 de octubre de 2009
Sir Edward Pakenham

jueves, 24 de septiembre de 2009
Los cuadros de Alba de Tormes

El poema lo podéis descargar en un archivo PDF a través del siguiente enlace:
http://dl.dropbox.com/u/848435/Historia/poemadelabatalladealba.pdf
Bueno, en realidad esto no os lo voy a contar yo, sino otro buen amigo, Arsenio García Fuertes, que hace un tiempo escribió un artículo titulado "Un Poema Épico de la Guerra de la Independencia: los Cuadros de Alba de Tormes", que os podéis bajar en un archivo PDF en el siguiente enlace:
http://dialnet.unirioja.es/servlet/extaut?codigo=1803064
Es el sexto artículo de la lista, y no debéis dejar de echarle un vistazo al resto, ya que Arsenio es una de las personas que más se ha trabajado por documentar los esfuerzos del ejército español durante la Guerra de la Independencia y es además un historiador serio, profesional y ameno en todos sus trabajos.