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domingo, 11 de noviembre de 2012

El teniente August Schaumann en Salamanca

El teniente August Schaumann, alemán que servía en el ejército británico, pernoctó en Salamanca la noche del 30 de noviembre de 1808. El alojamiento que le tocó en suerte fue un ático lleno de pulgas y cucarachas en el que habitaba una vieja que le importunaba con el rezo del rosario y a la que en sus diarios compara con la bruja de Endor, adivina y médium (I Samuel 28, 5-25).

sábado, 10 de noviembre de 2012

Charles Synge

Hace unos días me escribió una señora llamada Jane Tottenham desde Irlanda. Había estado visitando el Sitio Histórico de Los Arapiles y se había quedado gratamente sorprendida al ver una ilustración que hizo Dionisio Álvarez Cueto del teniente Charles Synge y que está incluida en uno de los paneles explicativos que guían a los visitantes por el campo de batalla desde el año 2009. El caso es que su marido, ya fallecido, era descendiente del susodicho teniente. 

Charles Synge tenía en 1812 el grado de teniente del 10º de Húsares británico y en el momento en el que se libró la batalla de Salamanca era edecán del general Pack, que a la sazón comandaba una brigada compuesta por soldados portugueses. Synge resultó gravemente herido en el asalto que los hombres de Pack llevaron a cabo contra el Arapil Grande.

Synge dio cuenta de sus experiencias en Salamanca en un folleto titulado "Captain Synge's Experiences at Salamanca" (Synge ascendió a capitán en 1814), publicado  por un descendiente suyo en 1912 y que algún buen día traduciré al español. 

El contenido del folleto es fascinante, ya que nos cuenta sus desventuras tras ser herido en la batalla y su romance con una joven salmantina, pero no quiero desvelar ahora cómo fue la historia. 

Lo que importa ahora es que Jane me ha enviado un retrato de Synge que conserva en su casa y lo quiero compartir con vosotros. Cómo me hubiera gustado que Dionisio (descansa en paz, amigo) hubiera podido verlo antes de hacer su ilustración. 


domingo, 22 de enero de 2012

El general Henry Mackinnon y el pueblo de Espeja


Henry Mackinnon (1773- 19 de enero de 1812) Lt.Col./Col., Coldstream Guards; Major-General: Capt. and Lt. Col. 18 Oct. 1799; Col., Army, 25 Oct. 1809; Maj.-Gen. 1 Jan. 1812.


El general Mackinnon nació en 1773 cerca de Winchester, en Inglaterra. Su educación militar la inicio en Francia, donde Napoleón Bonaparte, también estudiante militar por aquel entonces, visitaba frecuentemente su casa y mantuvo desde aquellos momentos una estrecha amistad con la familia Mackinnon.

Mackinnon se enroló en el ejército a los 15 años, sirviendo durante tres como subalterno en el 43º Regimiento, y pasando después a los Guardias de Coldstream. Participó en la represión de la rebelión irlandesa, como voluntario en Egipto y en el bombardeo de Copenhague en 1807. En 1809 se alistó en el ejército portugués, con el que intervino en la célebre travesía del Duero dirigida por Wellington. Tomo parte destacada, con el ejército anglo-portugués, en la batalla de Talavera, dónde le mataron dos caballos y desarrolló una meritoria labor al hacerse cargo del hospital militar. En la batalla de Buçaco, en la retirada de los británicos hacia Portugal, demostró tanto arrojo y valor que Wellington le felicitó personalmente nada más concluida la lucha. De la misma forma se comportó en la batalla de Fuentes de Oñoro al frente de su brigada. En el cerco de Badajoz tuvo una recaída de unas fiebres contraídas en Egipto, y marchó a Inglaterra durante unas semanas para reponerse. En 1804 había contraído matrimonio con una hija de Sir John Call Su esposa plantaba en el jardín un laurel por cada acción de guerra en la que participaba su marido, y en esta última estancia de Mackinnon en Inglaterra, su mujer lo llevó a pasear por entre los laureles, y quizá por el impulso de una premonición, de un presentimiento, le dijó él con cierta tristeza que algún día tendría que plantar un ciprés al final de los laureles. En el asalto a Ciudad Rodrigo, le fue confiado el ataque principal. Dirigir la 3ª columna de ataque, de la 3ª división del Tte. General Picton, y embestir la "Brecha Grande" con los regimientos 45º, 74º y 88º.

Desgraciadamente, el General Mackinnon murió en este asalto a la "Brecha Grande" de Ciudad Rodrigo, al explosionar los franceses una mina cuando iniciaban su retirada hacia el interior de la ciudad. El General Mackinnon fue hallado muerto en la mañana del día siguiente al asalto, tumbado boca arriba. Era un hombre alto y delgado. Le habían quitado la casaca y hasta las botas. Estaba solo con la camisa y los calzones. Fue enterrado en una zanja abierta junto a la brecha, entre un montón de cadáveres. Poco después de haber sido enterrado, llegó desde Espeja un destacamento de los Guardias de Coldstream al mando del oficial Stepney Cowell para recuperar, si era posible, el cuerpo del General Mackinnon. Después de desescombrar y retirar la tierra del lugar donde había sido enterrado, y de remover varios cadáveres, se encontró debajo de ellos el cuerpo de Mackinnon que, un sargento del pelotón, se encargó de transportar a Espeja. Antes de proceder a su entierro el oficial Stepney Cowell le cortó al cadaver un mechón de sus cabellos y se lo entregó al Teniente Coronel Richard Jackson, amigo y compañero de armas del General, para que se lo entregara a su viuda como el más apropiado recuerdo. El día 23 de enero de 1812 fue enterrado con los honores militares correspondientes a su rango en la plaza de Espeja, en un lugar cercano a su iglesia de San Lino. El féretro que contenía sus restos mortales fue llevado a hombros hasta el sepulcro por oficiales compañeros de la Guardia de los Coldstream, de la 1ª división Picton, al mando del General Brent Spencer, que estaba acantonada en esta villa.

Tenía Mackinnon al morir 39 años, y se dijo entonces que Inglaterra había perdido una de las más brillantes promesas de su ejército. Cuando Napoleón fue informado de su muerte, demostró mayor sentimiento que por la pérdida de un simple amigo.

La muerte de Mackinnon (Ciudad Rodrigo, 19 de enero de 1812)

Las órdenes consistían en atacar la brecha principal, situada en el centro de las murallas de Ciudad Rodrigo. A las siete de la tarde, con los primeros rayos de luna, la columna que Mackinnon comandaba (formada por los regimientos 45º, 74º y 88º) marchó a toda prisa hacia la segunda paralela para prepararse para el asalto, que se llevó a cabo bajo el terrible fuego del enemigo. El espectáculo de horror y sublimidad que se produjo, fue un ejemplo para el resto de las unidades del ejército que no se vieron involucradas en el asalto. La brecha que se atacó resultó ser lo suficientemente grande como para que pasara por ella una columna de, por lo menos, cien hombres. Pero el enemigo había intentado obstruir el paso por la brecha construyendo un parapeto a la izquierda y dejando cortado el adarve a la derecha, aunque no dispusieron de tiempo suficiente para completar esta última medida defensiva. Cuando la cabeza de la columna llegó al foso, se produjo pequeño retraso por la falta de escaleras de asalto, aunque no se tardó mucho en disponer de ellas. Mientras tanto, la columna atacante por la izquierda, tuvo tiempo de acometer al enemigo sobre el adarve y la columna de la derecha de incorporarse al asalto de la brecha. Al llegar a lo alto del derrumbe, se produjo la explosión de una gran mina y, un poco más tarde, explotó otra más pequeña. Afortunadamente, las explosiones no causaron grandes daños entre nuestras tropas. El general Mackinnon, habiendo asegurado de forma brillante la posesión de la brecha y no encontrando mayor oposición por parte del enemigo en ese sector, ordenó al regimiento 88º que avanzara hacia la derecha por el adarve mientras él hacía lo propio hacia la izquierda, al mando del 74º. Cuando se encontraba trepando por un parapeto, que se había levantado para obstaculizar el acceso al adarve, un polvorín del enemigo, situado muy cerca de la brecha, voló por los aires. La voz del general fue oída por uno de sus edecanes un momento antes de la explosión. El abanderado Beresford se dirigió hasta este edecán y cayó medio muerto en sus brazos, haciéndole saber entre jadeos que el general había perecido en la explosión. Se supone que el general Mackinnon se encontraba cerca del abanderado Beresford momentos antes de la deflagración, y que cuando la brigada se dividió en dos para avanzar una parte por la derecha y otra por la izquierda, se oyó al general decirle al abanderado Beresford: “Ven, Beresford, eres un buen soldado, avanzaremos juntos”. Se cree que Mackinnon se mantuvo vivo toda esa noche. Su cadáver no se encontró hasta la mañana siguiente, cubierto de horripilantes heridas y con la nuca completamente abrasada. El general Picton ordenó a unos pioneros que lo enterraran en la brecha, pero posteriormente su cuerpo fue trasladado por los oficiales de los Coldstream Guards hasta la localidad de Espeja, donde fue enterrado con honores militares por sus compañeros de esta unidad tan respetada.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Las Águilas de Los Arapiles


Un águila constituía un preciado tesoro para cualquier regimiento que pudiera hacerse con uno de estos emblemas del ejército francés, entregados por el Emperador al primer batallón de cada uno de sus regimientos. La primera águila capturada por los británicos en la Guerra Peninsular fue arrebatada al regimiento 8º francés de infantería de línea en la Batalla de La Barrosa. La segunda fue encontrada  casualmente en el fondo del cauce de un riachuelo en 1811 y en la Batalla de Los Arapiles se capturaron otras dos, aunque no serían las últimas.

No existe ninguna duda al respecto de lo que ocurrió con una de las águilas de Los Arapiles, que fue capturada por el teniente William Pearce, del regimiento 44º de infantería británico, al regimiento 62º de infantería de línea francesa. Arriba podéis ver una ilustración de Bill Younghusband, contenida en el libro Salamanca 1812 de Ian Fletcher, que representa el momento en el que el teniente Pearce le arrebata el águila a un oficial francés que estaba intentando ocultarla bajo su capote.

Al respecto de la captura de la segunda águila, contamos con testimonios totalmente contradictorios.

El teniente John Garland, del segundo batallón del regimiento 30º de infantería británico, escribió desde París en junio de 1844:

Leyendo en su Gazette del día 15 una carta del coronel Greville asegurando que solamente se capturó un águila a los franceses en la Batalla de Salamanca y que esto fue obra del 44º regimiento, debo decir que es totalmente correcto. Pero es mi obligación informarle de que (...) otra águila cayó en poder de un oficial del regimiento 30º, integrado en la misma brigada (Pringle), que acompañó al oficial del 44º hasta el cuartel general del ejército británico, donde las águilas quedaron depositadas. Los nombres de los oficiales son teniente-coronel William Pearce, antiguo teniente del 44º y mayor John Pratt, que en paz descanse.

Por otro lado, el mayor Crookshank, al mando del 12º de Caçadores portugués, aseguró en el año 1818 que los portugueses habían capturado el águila del 22º de infantería de línea francés. Incluso afirma que él mismo se la entregó al general Pakenham, comandante en jefe de la Tercera División.

Para añadir aun más confusión al respecto de la captura de la segunda águila, contamos con otro testimonio, el del sargento Douglas, de los Royal Scots. En 1840 escribió en sus memorias:

Un poco antes del amanecer un soldado portugués de nuestra División se encontró un águila tirada sobre el suelo y la llevó hasta nuestras líneas para sorpresa de todos, ya que parece imposible que un gorrión pueda escapar cuando se ve atrapado entre dos fuegos. De esta águila se habló en un libro de anécdotas publicado hace algunos años, afirmando que había sido capturada por un oficial británico. Pero no es verdad. Fue tomada tal y como he contado anteriormente. Estaba tirada sobre el suelo, junto a un grupo de soldados muertos pertenecientes al regimiento al que pertenecía y que habían perecido bajo nuestro fuego. Allí quedó sin que nadie la viera hasta que se la encontró el soldado portugués. Lo que se hizo después con el águila no lo puedo decir, ya que tenía otras cosas a las que atender.

El caso es que tras la batalla hubo rumores al respecto de que varias águilas francesas se habían capturado en la Batalla de Salamanca.  Charles Boutflower, cirujano del regimiento 40º de infantería británico, nos cuenta en su diario:

La batalla del día 22 terminó con una absoluta victoria. Los franceses perdieron varios oficiales, cinco águilas, veinte piezas de artillería, gran cantidad de bagajes y unos 15.000 hombres.

Andrew Leith Hay, sobrino y edecán del general Leith, comandante en jefe de la Quinta División, escribió:

Como tuve que abandonar el campo de batalla a causa de mis heridas, no puedo dar muchos detalles al respecto de las operaciones llevadas a cabo por la Quinta División la noche de la batalla. Básicamente se dedicaron a la persecución del ejército enemigo, capturando a muchos soldados  y, como prueba de que lograron alcanzar el corazón del las tropas francesas,  puedo contar que el mayor Bermingham, del 15º portugués, una de las unidades integradas en la brigada del general Spry, fue visto montando su caballo exhibiendo un águila francesa que él mismo había arrebatado al enemigo en el combate cuerpo a cuerpo.

Si John Pratt hubiera estado vivo en el año 1844, cuando surgió la polémica al respecto de las águilas de Los Arapiles, nos podría haber contado su versión del asunto y no nos veríamos inmersos en este misterio. Pero sea cual sea la verdad del asunto, lo que sí sabemos con seguridad es que el águila del 22º de infantería francesa se puede admirar en la actualidad en Fulwood Barracks (Preston, condado de Lancashire) como parte de una exposición dedicada al Duke of Lancaster's Regiment. Esta águila se conservó en el Hospital de Chelsea hasta 1947, cuando se entregó al East Lancashire Regiment, heredero del regimiento 30º, lo que indica que en ese momento se reconoció su captura por parte del mayor Pratt.

El águila del 62º de infantería francés se encuentra depositada en el Essex Regimental Museum, en la ciudad de Chelmsford (Inglaterra), muy cerca del aeropuerto de Stansted, a donde se puede volar desde Valladolid y a menos de una hora en tren desde Londres.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Monumento dedicado a Wellington en Dublín



El Monumento a Wellington en Dublín es el obelisco más alto de Europa, con 62 metros de altura, y está situado en la esquina sureste del Phoenix Park de Dublín, con vistas al río Liffey. La construcción del monumento se inició en 1817, pero pronto se detuvo debido a la falta de fondos. Se completó finalmente en 1861 de la mano del arquitecto Sir Robert Smirk, que había trabajado previamente en la Casa de la Moneda Real de Londres. Esta impresionante estructura de granito también cuenta con cuatro placas grabadas alrededor de la base, en conmemoración de las hazañas militares del Duque de Hierro.

martes, 8 de junio de 2010

La isla de Elba

Cuando Napoleón abdicó el 6 de abril de 1814 y fue trasladado en un navío británico a la isla de Elba, no le quedó más remedio que dejar que su Imperio fuera gestionado por aquellos que lo habían derrocado: Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña. Eran los "cuatro grandes". Otros países, entre los que destacaban España, Portugal y Suecia habían también contribuido en gran medida a su caída, así que también fueron firmantes del Tratado de París del 30 de mayo de 1814. En París se decidió que los detalles del reparto del imperio francés se tratarían en un Congreso que se celebraría en Viena en noviembre de ese año.

Napoleón recibió el principado de la isla de Elba el 4 de mayo de 1814. Allí fue el dueño y señor hasta el 26 de febrero de 1815, día de su huída en el buque Inconstant. Así se iniciaría su última campaña, la que terminaría con la derrota en Waterloo y con el destierro y la muerte en la remota isla de Santa Helena.

domingo, 6 de junio de 2010

Melgar de Abajo, 3 de marzo de 1813


Roberto Baeza, amable lector de este blog, me ha enviado una foto de un cuadro que ha localizado en la Iglesia del Salvador de la localidad vallisoletana de Melgar de Abajo. Representa el ataque del 47º de infantería y del 25º de Dragones franceses contra cuatrocientos hombres de la partida guerrillera de Benito Marquínez en Melgar de Abajo, el 3 de marzo de 1813. Los franceses entraron en el pueblo a las dos de la mañana infligiendo una total derrota a los españoles, dejando las calles cubiertas de cadáveres y capturando 142 caballos y 74 hombres.

La leyenda del cuadro reza lo siguiente:

Agustín Pablos Vº, de Melgar de Abajo, fue perseguido de una partida de Dragones franceses en el día 3 de Marzo del año de 1813. Quienes después de haberle atropellado con sus caballos, uno de los soldados con la espada le atravesó un brazo e hirió el vientre, en cuyo lance hubiera muerto, si la Virgen del Castillo, a quien él se ofreció de veras, no le hubiera libertado.

Gran trabajo, Roberto, muchas gracias, una tabla que supongo que tiene poco valor artístico pero muy interesante desde el punto de vista histórico. Ahora tenemos que intentar averiguar si la obra está fechada y firmada.

Soy un ignorante absoluto en cuestiones de arte, pero el cuadro bien podría tener casi doscientos años, y lo cierto es que los Dragones están perfectamente representados con su uniforme verde, su casco con cola de caballo y el resto del equipo.


domingo, 23 de mayo de 2010

Andrés Pérez de Herrasti, gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo

Andrés Pérez de Herrasti (1750-1818)

Andrés Víctor José Miguel Pérez de Herrasti Viedma y Aróstegui Pérez del Pulgar Fernández de Córdoba, descendiente de dos de las más ilustres y principales familias de la aristocracia andaluza, nació en Granada el día 6 de marzo de 1750. Por vía paterna, entre sus más remotos antepasados se encontraba Domingo Pérez de Herrasti –perteneciente a la antiquísima casa de Herrasti en Azcoitia (Guipúzcoa)– que fue uno de los caballeros que acompañaron a los Reyes Católicos en la conquista de Granada, obteniendo como premio un señorío en esas tierras: el del pueblo y campos de Baralaira, que recibirían el nuevo nombre de Señorío de Domingo Pérez y que se convertirían en su nuevo hogar. Por vía materna, descendía también de otro capitán de los Reyes Católicos, el afamado Hernán Pérez del Pulgar, conocido como «el de las Grandes Hazañas». Con estos antecedentes de heroísmo militar y de nobleza, repetidos de una forma u otra generación tras generación, no es extraño que el joven Andrés ingresara en el ejército en el año de 1762, a la temprana edad de doce años, concretamente como cadete del Regimiento Provincial de Granada. Dos años después entró como cadete en el Regimiento de Reales Guardias Españolas, unidad en el seno de la cual pasaría por todos los empleos y grados que consignamos a continuación: Alférez (1776), Alférez de Granaderos (1777), 2.º Teniente de Fusileros (1779), 2.º Teniente de Granaderos (1783), 1.er Teniente de Fusileros (1785), 1.er Teniente de Granaderos (1791), Coronel (1791), Capitán (1793), Brigadier (1795) y Mariscal de Campo (1809). En su hoja de servicios aparece un escueto informe sobre su persona: «Valor, acreditado; aplicación, bastante; capacidad, bastante; conducta, buena; estado, casado. Este oficial está en estado de continuar, es casado, bizarro y a propósito para el mando». Siempre en tan alta estima, Herrasti sirvió en el ejército español durante cincuenta y dos años, hasta su muerte, que le sobrevino en 1818, ostentando el grado de Teniente General y el empleo de Gobernador Civil y Militar de Barcelona – honores concedidos en el año 1814, tras su vuelta del cautiverio en Francia–.

Herrasti participó, además, en las principales campañas y en algunas de las más memorables acciones llevadas a cabo durante los años anteriores a la Guerra de la Independencia. En el año 1775 participó en la expedición que Carlos III envió a Argel en contra de las tropas del emperador de Marruecos y de los piratas que operaban desde ese puerto, operación que terminó en un auténtico desastre para los españoles, con más de mil quinientos muertos y unos tres mil heridos, entre ellos el protagonista de esta semblanza; en el bloqueo y sitio de Gibraltar desde el primero de septiembre de 1779 hasta que se concluyó sin éxito; en el sitio de Orán desde el 28 de mayo de 1791 hasta su evacuación y abandono; en la guerra contra Francia, entrando en el Rosellón con las primeras tropas en abril de 1793 y cayendo prisionero en mayo del año siguiente, durante la precipitada retirada española ante el ataque del general Dugommier; en la Guerra de las Naranjas contra Portugal, tomando parte muy primordial en la ocupación del lugar de Jarde, en la toma de la plaza de Villaviciosa y en otras muchas acciones.

Pero fue la Guerra de la Independencia la que marcó el triste destino de Herrasti, le convirtió en un personaje para la historia y le ofreció la oportunidad de demostrar su pundonor de militar hasta el límite de sus fuerzas y de su deber. El 17 de marzo de 1808, el por entonces brigadier Pérez de Herrasti, en ese momento destinado al frente del 1.er Batallón del Regimiento de Reales Guardias Españolas –que se encontraba acantonado en Vicálvaro– recibió la orden del coronel del Regimiento, el duque del Infantado –un fiel fernandino y, por lo tanto, enemigo acérrimo de Godoy– de asaltar el palacio del valido en Aranjuez y proceder a su captura. Este episodio provocó la abdicación del rey Carlos y el acceso al trono de Fernando aunque, como es bien sabido, el asunto no acabó ahí, sino con Napoleón interviniendo como árbitro del litigio entre el monarca y el heredero. De este modo, atrayendo con artimañas a padre e hijo a territorio francés –con la excusa de celebrar una reunión para solventar el problema de la legalidad de la abdicación de Carlos– Napoleón secuestró a la familia real española y desplegó sus tropas por España con el objetivo de lograr un cambio de dinastía –de los Borbones a los Bonaparte–, algo que hacía tiempo que ansiaba el Emperador. Herrasti, sin saberlo, se había convertido, con su intervención en Aranjuez, en uno de los personajes que pusieron en marcha el mecanismo de la guerra que asolaría España durante casi seis años. Poco tiempo después habría de pagar, con la humillación y el cautiverio, su participación en esa lamentable lucha por el poder que terminaría convirtiendo a España en un campo de batalla sobre el que Francia y Gran Bretaña dirimirían quién iba a ser la primera potencia mundial del siglo XIX. Mientras tanto, el pueblo español luchaba por un rey, Fernando VII, que, a su vuelta en 1814, terminó demostrando que más habría valido aceptar de buen grado el cambio dinástico impuesto por Napoleón.

El día 2 de mayo, el brigadier Pérez de Herrasti puso a su batallón y demás tropas de la comarca, así como a varios pueblos, sobre las armas para socorrer Madrid, sublevado contra los imperiales. El auxilio no se hizo efectivo, ya que desde instancias superiores se recibió la orden de no intervenir en los sucesos de la capital. Desesperado por luchar contra el invasor, Herrasti marchó, con su batallón de Reales Guardias Españolas y el Ejército del Centro al mando del general Castaños, a La Rioja, hallándose en todas las diferentes posiciones que allí se tomaron: socorro de Lodosa, expedición de Autol y apostadero de Ausajo, hasta la batalla de Tudela, librada el 23 de noviembre de 1808, debacle española tras la cual el Ejército del Centro inició una penosa retirada hacia el sur, en busca de nuevas órdenes por parte de la Junta Central –en ese momento también en plena huída y por lo tanto difícil de localizar–. Durante esa retirada, Herrasti tendría ocasión de destacarse en la acción de Tarancón (Cuenca) del 25 de diciembre, en la que rechazó, por dos veces, con trescientos hombres de su batallón, a una fuerza de caballería compuesta por ochocientos Dragones de la Brigada del general Perreimond. El valor y la tenacidad demostrados en este combate le valieron el ascenso a mariscal de campo –aunque quizá este fulgurante ascenso fuera más bien una recompensa por su actuación en favor de Fernando VII en Aranjuez– y el empleo como Comandante General del Cantón de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real). Tras unos pocos meses, ya iniciado el año de 1809, fue llamado a Sevilla –la nueva sede de la Junta Central Gubernativa del Reino– que le destinó, el 15 de marzo de 1809, al Ejército de la Izquierda, que en ese momento se encontraba al mando del teniente general Marqués de la Romana. El lugar donde debía incorporarse a su nuevo empleo era Gijón, ciudad a la que, al estar el centro y el norte peninsular ocupados por los imperiales, solamente podía llegar por mar. El día 19 salió del puerto de Cádiz acompañado por su nuevo edecán, el por entonces teniente Joaquín de Zayas. La travesía transcurrió tranquila hasta que, habiendo ya llegado a aguas del Cabo de Peña el día 20 de mayo, y a menos de una jornada del puerto de Gijón, se cruzaron con un bergantín cuyo capitán les advirtió de que la ciudad asturiana había caído en poder de los franceses. El día 17 de junio de 1809, un desesperado y agotado Herrasti estaba de vuelta en Cádiz, tras treinta días de penosa navegación bajo terribles borrascas, y sin haber podido incorporarse a su destino. Ansioso por entrar en combate, Herrasti solicitó un nuevo destino en el Ejército de Aragón, comandado por el general Blake y, si esto no era posible, al de Extremadura, con el general Gregorio García de la Cuesta al frente. Ninguno de los dos destinos le fue otorgado. Fue enviado de nuevo al Ejército de la Izquierda, ahora al mando del Duque del Parque, con el que combatió en la batalla de Tamames (Salamanca), librada el 18 de octubre de 1809, y que se saldó con una victoria de los españoles. Apenas un par de días después, Herrasti recibió el empleo que le enfrentaría a dos de los más afamados mariscales del Imperio, Masséna y Ney, y que le consagraría como héroe olvidado de la Guerra de la Independencia: gobernador militar de la cercana plaza de Ciudad Rodrigo, convertida en uno de los focos de resistencia más importantes al constituirse como sede de la Junta Superior de Castilla la Vieja, de la cual Herrasti sería presidente.

El 10 de julio de 1810, tras un asedio de dos meses y medio, Herrasti, un militar que ha de pasar a la historia por su aprecio por la vida humana, supo rendir la plaza de la que era gobernador en el momento preciso, sin faltar en absoluto a su deber como soldado, para así evitar una matanza por parte de los imperiales como represalia. Dos días después de la capitulación, Herrasti marchaba al cautiverio en Francia junto a toda su guarnición.

Como los demás deportados españoles, Herrasti recuperó su libertad en 1814, tras la abdicación de Napoleón. Un decreto del Gobierno Provisional de Luis XVIII dispuso que «para poner fin al flagelo de la guerra y reparar en lo posible sus terribles resultados, todos los prisioneros de guerra serán puestos a disposición de sus potencias respectivas». En un lamentable estado físico y moral, Herrasti aún tuvo que enfrentarse en Madrid al Consejo de Guerra de Purificación, que afortunadamente no encontró en él el más mínimo atisbo de traición a los Borbones y que determinó su limpieza y le recomendó para ser empleado por el rey «en el destino y clase que tenga S.M. a bien». El rey tuvo a bien ascenderle a teniente general el 28 de julio del año 1814 con la antigüedad del día de la rendición de la plaza de Ciudad Rodrigo; es decir, el 10 de julio de 1810. Ese mismo año le llegaría la concesión de la condecoración de la Orden de Lis por parte del restaurado rey francés Luis XVIII «para acreditar su adhesión a la causa de los Borbones» y en 1816 el nombramiento de caballero de la Gran Cruz Laureada de San Fernando, que luce con todos sus atributos en el retrato con uniforme de teniente general que se exhibe en el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo. Pero, en lugar de tantas distinciones, mejor habría sido que se le hubiera concedido un destino más adecuado a su estado de salud. En el mismo año de su ascenso a teniente general, Fernando VII, obviando los problemas de Herrasti, le envió a Barcelona como gobernador militar y político, ciudad donde el clima húmedo agravaría su dolencia reumática. Hasta la capital catalana se trasladaría Herrasti con la que era su esposa desde el año 1792 –la también noble María Antonia de Luca y Timmermans– y allí moriría el día 24 de enero de 1818, tras una vida enteramente dedicada a la milicia y tras emplear sus últimos años en emprender esenciales mejoras urbanísticas en la ciudad de Barcelona, tales como la construcción del primer cementerio extramuros.

Esta semblanza está extraída de mi libro Ciudad Rodrigo 1810. El Desafío de Herrasti, publicado por la editorial Almena en 2007.

lunes, 22 de marzo de 2010

Daguerrotipo del Duque de Wellington

Con permiso de Miguel Ángel, posteo esta entrada en su blog.

Creo recordar que en la excursión que hicimos al Campo de Batalla de Arapiles, alguien comentó que creía que Wellington había llegado a ser fotografiado casi al final de sus días. A mi también me sonaba haber visto esa fotografía de Wellington anciano. Hoy la encontré navegando por http://www.napoleonbonaparte.es/ y os la muestro en esta entrada.

lunes, 15 de marzo de 2010

La ensenada de Maceira


Completando la entrada que aparece en el Blog hermano http://wellington1810.blogspot.com/ con el título WHERE IT ALL BEGAN incluyo aquí una de las aguatintas contenidas en el libro Sketches of the Country, Character, Customs... de William Bradford, y del que ya hemos hablado aquí en más de una ocasión. Se representa la ensenada de Maceira (Portugal), uno de los puntos donde desembarcaron las tropas inglesas que habrían de luchar durante casi seis años en la Peninsular War.

Las tropas al mando de Wellington desembarcaron en la Bahía del río Mondego, no muy lejos, como se nos cuenta en el Blog Wellington 1810.

LA ENSENADA DE MACEIRA

La flota que transportaba a las tropas al mando del teniente general Sir Harry Burrard echó el ancla en mar abierto, frente a esta ensenada, el 25 de agosto de 1808.

La única ventaja que parecía ofrecer este paraje como punto de desembarco era su cercanía al campo de Ramulhal, donde la infantería había tomado posiciones tras la acción del día 21. No era especialmente adecuado para fondear, ni los botes podían contar con ningún tipo de protección a la hora de intentar alcanzar la orilla, ya que esta cala, como todas las que hay a lo largo de la costa que se extiende entre las desembocaduras del Duero y el Tajo, está expuesta a los vientos del oeste y al oleaje del Atlántico.

Poco después de que los barcos hicieran su aparición por la línea del horizonte, se enviaron carros en los que cargar los suministros y provisiones. Éstos se mantuvieron dos días a la espera en la playa, puesto que no había manera de hacer llegar un solo bote hasta la orilla. Por fin el tiempo mejoró, el oleaje se calmó y se pudo proceder al desembarco, aunque se llevó a cabo asumiendo grandes riesgos y sufriendo algunas bajas.

El río de Maceira da nombre a esta ensenada y es a través de ella, cuando el caudal corre desbordado por las lluvias invernales, por donde el río se abre paso hasta el océano. En verano el Maceira se convierte en un arroyo apenas visible que, demasiado débil como para atravesar los bancos de grava que la marea ha traído hasta este paraje, termina en una pequeña charca y gradualmente desaparece en la arena.

El lugar habitado más cercano es una aldea por la que pasa la carretera y que está situada a una milla y media del mar, y a la misma distancia de Vimeiro. Esta última población, que está enclavada exactamente al este de la cala, cuenta con un centenar de casas construidas en la ladera de una colina, en una zona parcialmente cultivada, abundante en bosques de pinos y cuyo terreno está cubierto de jaras y mirtos que exhalan una agradable fragancia.

Se refiere a la Batalla de Vimeiro, librada el 21 de agosto de 1808 y que resultó en la primera gran victoria del general Arthur Wellesley, futuro Lord Wellington, sobre los ejércitos napoleónicos en esta ocasión sobre el comandado por el general Junot.




jueves, 31 de diciembre de 2009

Fuentes de Oñoro en el Arco de Triunfo


Gracias a nuestro amigo Felipe Castro tenemos confirmación de que la Batalla de Fuentes de Oñoro figura en el Arco de Triunfo de París. Da gusto hacer este Blog con gente tan dispuesta a echar una mano para que todos podamos aprender algo más.

Os lo dije, Fuentes de Oñoro fue de esas batallas en las que ambos contendientes se consideraron vencedores.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

La Nochebuena del teniente August Schaumann


El teniente August Schaumann fue uno de los miles de alemanes de Hannover que sirvieron bajo bandera británica durante la Guerra Peninsular. Su empleo fue el de oficial de intendencia, primero en la Legión Alemana del Rey y luego en el regimiento 32º británico. La noche del 24 de diciembre de 1808 Schaumann se encontraba en Zamora, donde compartió la cena de Nochebuena con una familia de esa ciudad.

"Fui invitado por el Sr Kearney a pasar la Nochebuena con la familia que lo tenía alojado en su casa. Yo no me encontraba de muy buen ánimo, ya que echaba mucho de menos mi querida patria. Me embargaban los recuerdos de mi juventud, cuando una noche como ésta era la mejor de todo el año. Ningún otro momento del año une a la familia con tantos lazos de afecto. Y ahora me encuentro aquí, y los españoles no tienen ni idea de cómo estas horas, con su sagrado colorido, traen a mi mente recuerdos tan entrañables. Había muchas señoritas presentes. Bromeamos y nos reímos junto al brasero, y luego se sirvió una cena muy simple. Pero lo más típicamente español de la cena fue el postre: una enorme fuente de castañas asadas, vino y un gran pastel hecho de azúcar y almendras. Era tan duro como una piedra, y solamente se podía hacer trozos usando un cuchillo y un martillo. ¡Y eso fue todo! ¡Qué diferentes eran las Nochebuenas y los árboles de Navidad en Alemania! Pero todos se mostraban muy felices, y nos fuimos a la cama muy tarde."

Las memorias del teniente Schaumann, que conoció por primera vez el turrón ese 24 de diciembre de 1808, están publicadas en varias ediciones en inglés con el título On the Road With Wellington. The Diary of a War Commissary in the Peninsular Campaigns.

¡Feliz Navidad y mis mejores deseos para el 2010!

martes, 22 de diciembre de 2009

La provincia de Salamanca en el Arco de Triunfo de París




Hoy me gustaría hablar del Arco de Triunfo de París, en concreto de cuáles son verdaderamente las localidades de la provincia de Salamanca que aparecen en él. Lo hago porque en varias ocasiones ha habido gente que me ha jurado y perjurado que ha visto el nombre "Arapiles" grabado en este monumento parisino. El caso es que en él sí se pueden ver los nombres de Alba de Tormes y Ciudad Rodrigo (por la toma de 1810). No estoy seguro de si aparece Fuentes de Oñoro, ya que ésta fue una de esas batallas que se puede decir que quedaron en tablas y que tanto franceses como británicos reclaman como una victoria. ¿Alguien puede dar algo de luz a este respecto?

Los nombres de Tamames, Arapiles y Garcihernández no los podréis ver en el Arco de Triunfo de París, por la simple razón de que fueron derrotas francesas, siendo la de Los Arapiles una de las más humillantes.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Los hermanos Le Mesurier

No hace mucho me encontré en el campo de Los Arapiles a un grupo de viajeros británicos que me dio a conocer al personaje de Henry Le Mesurier, cuyos tristes avatares pude conocer poco después. Una mujer en el grupo me contó que descendía de un oficial británico llamado Henry Le Mesurier, que había combatido en esos mismos campos hacía 200 años. No conocía ese nombre, pero no fue difícil averiguar algo sobre él.

Henry Le Mesurier fue nombrado oficial abanderado del regimiento 48º británico el 12 de mayo de 1812. Apenas un par de meses después fue gravemente herido en la Batalla de Salamanca, y se le tuvo que amputar un brazo, herida que le envió de vuelta a Inglaterra y por la que recibió una pensión anual de 70 libras. Pero no iba a ser un brazo su única pérdida. Henry tenía un hermano, Havilland, que en 1813 servía como teniente coronel del 12º regimiento portugués de infantería de línea. En uno de los combates en los Pirineos, el 28 de julio de 1813, Havilland fue alcanzado por una bala que le entró por la nuca y le salió por un ojo, una herida mortal de necesidad, aunque el pobre Havilland aguantó con vida tres días más. En los periódicos ingleses se informó de que Havilland había sido herido, así que sus familiares y amigos vivieron atormentados durante más de tres semanas hasta que tuvieron noticias ciertas sobre el destino de Havilland.

Tristes son las historias de la guerra, sobre todo cuando pensamos en esos padres que tienen a todos sus hijos luchando en tierras extrañas de las que puede que nunca vuelvan. Al menos a los señores Le Mesurier les quedó un hijo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

La tumba de John Beresford

El teniente John Beresford, del regimiento 88th Connaught Rangers, caído en combate durante el asalto a las murallas de Ciudad Rodrigo, fue enterrado en la localidad portuguesa de Almeida siguiendo las órdenes de su tío, el general William Beresford. Justo enfrente de la Pousada, sobre el adarve, podréis ver su tumba, que permanece allí como uno de los pocos monumentos que nos recuerdan las aventuras y las penurias vividas por hombres de distintas naciones entre los años 1807 y 1813 en la península Ibérica.

En el momento de su muerte, el joven teniente avanzaba junto al general Henry Mackinnon, ambos al frente de los regimientos 45th, 74th y 88th.

La inscripción sobre la lápida reza así:

El teniente John Beresford del regimiento 88º pereció a causa de una mina en la brecha de Ciudad Rodrigo, siendo una de las primeras bajas sufridas en la noche del 19 de enero de 1812 y muriendo a la edad de 21 años.
El marqués de Campo Maior hizo de este modo conmemorar la muerte de un familiar querido.


sábado, 17 de octubre de 2009

Grabado de José Bonaparte


Como sé que mi amigo Luis Sorando gusta de recopilar retratos de José Bonaparte, aquí le dejo este grabado que quizá no conozca, aunque lo mismo sí, porque no hay cosa que él no sepa del rey José y de su ejército en España.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Los Dientes de Waterloo


El final de una batalla napoleónica mostraba, sin lugar a dudas, uno de los espectáculos más horripilantes que se pueden contemplar, pero lo cierto es que también presentaba una ocasión de lo más propicia para iniciar un buen negocio. Los saqueadores de cadáveres que se lanzaron como buitres sobre los campos de batalla de Salamanca, La Albuera o Waterloo no se diferenciaban en nada de los oportunistas que han existido en todos los tiempos, esos que buscan transformar la desgracia de los otros en beneficio propio. Lo que los hacía únicos durante la época napoleónica era el objeto de mayor preferencia a la hora de despojar a un cadáver, puesto que no solamente buscaban los objetos tradicionalmente ansiados, tales como monedas o joyas, sino algo que os resultará un poco más extraño: dientes humanos.

La explicación de esta evolución en las preferencias saqueadoras es muy sencilla. A lo largo del siglo XVIII la cantidad de azúcar en la dieta entre las clases altas aumentó enormemente, lo que hizo que la odontología, una ciencia abandonada durante siglos, viviera por entonces un gran apogeo tanto en Europa como en Norteamérica. En aquel tiempo los dientes postizos suponían una gran novedad, ya que en los siglos anteriores resultaban absolutamente desconocidos. Antes los dientes dañados se extraían y no se sustituían, aunque conocemos el caso de Isabel I de Inglaterra, que disimulaba las piezas dentales perdidas con trozos de tela cuando aparecía en público.

En el transcurso del siglo XVIII se comenzaron a desarrollar dentaduras completas o parciales al tiempo que los nuevos dentistas se las arreglaban para encontrar mejores métodos de fijación de las prótesis. De todas formas, las primeras dentaduras postizas se utilizaban más por mejorar la apariencia que para otra cosa, e incluso se quitaban a la hora de comer. Los primeros dientes de porcelana se fabricaron en 1774, pero su problema es que tenían cierta tendencia a sufrir desconchones e incluso a romperse, aparte de que eran demasiado blancos como para resultar convincentes. Los dientes artificiales realmente funcionales no se desarrollaron hasta mediados del siglo XIX, hasta que se descubrió la goma vulcanizada, lo que permitió que se fabricaran prótesis moldeadas según la forma de la boca del paciente. Así que, por lo tanto, hasta ese momento, el mejor sustitutivo de unos dientes humanos enfermos eran otros dientes humanos, normalmente insertados en una prótesis hecha de marfil de elefante o de morsa.

Pero el mayor problema era que la mayoría de los dientes que se podían emplear como sustitutivos eran de poca calidad, normalmente también piezas dañadas, provenientes de individuos que no cuidaban precisamente su dentadura, tales como gente de extracción humilde o delincuentes ajusticiados. Algunas veces los dentistas transplantaban directamente un diente de la encía de una persona a la encía de otra, algo que no solía funcionar y que era un método muy propio para transmitir la sífilis. Así las cosas, cuando comenzaron las guerras napoleónicas, los dentistas y los ricos con problemas dentales vieron el cielo abierto. Y con la muerte de miles de personas en los campos de batalla de Europa, no solamente las piezas dentales inundaron los mercados, sino que se pudo acceder a piezas de gran calidad, ya que la mayoría pertenecían a individuos verdaderamente jóvenes. De los 50.000 hombres que cayeron en Waterloo, la mayoría eran jóvenes sanos con la dentadura en muy buen estado, en mucho mejor estado que aquellas que solían llegar a los dentistas para hacer prótesis. Miles de dientes fueron robados a los muertos en Waterloo para terminar en el mercado inglés, el país que se podía permitir pagar lo que valían esas joyas bucales. De hecho, se les llegó a conocer como "Waterloo Teeth" (Dientes de Waterloo), y a menudo su nuevo propietario los lucía con gran orgullo, convirtiéndose en un complemento necesario para los individuos de las clases acomodadas de la época. La denominación "Waterloo Teeth" rápidamente se terminó aplicando a cualquier dentadura joven y saludable robada en cualquier campo de batalla napoleónico y se siguió usando durante todo el siglo XIX.

Aunque los dientes artificales comenzaron a aparecer en la década de 1840, en fechas tan tardías como la década de 1860 en Europa se podían encontrar a la venta dientes humanos importados de los campos de batalla de la Guerra Civil Americana.

lunes, 5 de octubre de 2009

Sir Edward Pakenham


Hablando de la guerra anglo-estadounidense de 1812-1815 me viene a la cabeza el personaje de Sir Edward Michael Pakenham, nacido el 19 de marzo de 1778 y fallecido el 8 de enero de 1815. Su hermana Catherine estaba casada con Wellington, y estuvo a al servicio de su afamado cuñado durante la Guerra Peninsular. En la Batalla de Salamanca alcanzó la gloria al mando de la 3ª División, que se llevó por delante en las alturas del Pico de Miranda a la 7ª División francesa, comandada por el general Thomiéres. En 1814, Pakenham, habiendo alcanzado el rango de major-general, aceptó reemplazar al general Robert Ross como comandante en jefe del ejército británico en Norteamérica, después de que Ross cayera bajo las balas de un francotirador. Se encontraba posando para el retrato que véis junto a esta entrada, y que se conserva en la National Portrait Gallery de Londres, cuando le llegó la orden de ponerse al frente de una expedición en Louisiana. Murió comandando el asedio de la ciudad estadounidense de Nueva Orleáns, defendida por el general Andrew Jackson, el 8 de enero de 1815, es por eso por lo que el retrato quedó inacabado. La muerte se llevó a Pakenham cuando, al encontrarse reuniendo a sus tropas muy cerca de la línea enemiga, la metralla lanzada por la artillería de la plaza le destrozó la rodilla y mató a su caballo. Mientras era auxiliado por su edecán más veterano, el mayor Duncan MacDougall, fue herido de nuevo, esa vez en un brazo. Una vez montado en el caballo de su edecán, otra ráfaga de metralla le alcanzó en la espalda, hiriéndole de muerte. El cadáver de Pakenham fue repratiado a Inglaterra metido en un barril de ron para su conservación. Fue enterrado en el panteón familiar en Killucan (Irlanda) y en la cripta de la catedral de San Pablo en Londres todavía se puede ver una estatua dedicada a este héroe de la Batalla de Salamanca.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Los cuadros de Alba de Tormes


Como parece que a mi amigo Rafa Pardo no le hace mucha gracia esto de que cante las hazañas británicas, estoy encantado de poder ofrecerle una entrada de hazañas españolas escribiendo sobre el poema titulado "A los valientes guerreros del Ejército de la Izquierda, a su magnánimo y sabio general el excelentísimo señor don Gabriel de Mendizábal en la memorable acción de Alba de Tormes de 28 de noviembre de 1809", publicado en 1816 y obra de Ramón Noboa, un joven teniente del Regimiento de Infantería Ligera Monforte que estuvo en uno de los cuadros con los que la infantería española se defendió bravamente de las cargas de la caballería francesa en la Batalla de Alba de Tormes.

El poema lo podéis descargar en un archivo PDF a través del siguiente enlace:

http://dl.dropbox.com/u/848435/Historia/poemadelabatalladealba.pdf

Bueno, en realidad esto no os lo voy a contar yo, sino otro buen amigo, Arsenio García Fuertes, que hace un tiempo escribió un artículo titulado "Un Poema Épico de la Guerra de la Independencia: los Cuadros de Alba de Tormes", que os podéis bajar en un archivo PDF en el siguiente enlace:

http://dialnet.unirioja.es/servlet/extaut?codigo=1803064

Es el sexto artículo de la lista, y no debéis dejar de echarle un vistazo al resto, ya que Arsenio es una de las personas que más se ha trabajado por documentar los esfuerzos del ejército español durante la Guerra de la Independencia y es además un historiador serio, profesional y ameno en todos sus trabajos.

martes, 22 de septiembre de 2009

François Ganivet Desgraviers-Berthelot

Esta entrada está dedicada a José Marcos, porque estoy seguro que esta historia le va a fascinar y porque quiero mostrarle mi agradecimiento por las cosas interesantes que él me ha contado a mí.

El general François Ganivet Desgraviers-Berthelot, nacido el 14 de febrero de 1768 en Montboyer (Francia), estaba al mando de una de las dos brigadas de infantería que conformaban la 1ª División (general Maximilien Sébastien Foy) del ejército francés que combatió en Salamanca el 22 de julio de 1812. La Brigada Desgraviers-Berthelot contaba con los regimientos 76º y 39º de infantería de línea, con dos batallones cada uno. El 76º tenía una fuerza de 56 oficiales y 1.351 suboficiales y soldados y el 39º tenía 49 oficiales y 918 suboficiales y soldados. Por la bibliografía sabía que el general Desgraviers-Berthelot fue herido gravemente al anochecer del 22 de julio, cuando los franceses se retiraban hacia el río Tormes, tras haber sido derrotados estrepitosamente en Los Arapiles. Hace un par de años, y gracias a los archivos parroquiales, pude averiguar que el general fue traído a Salamanca y que recibió cuidados en casa de un tal Salvador Roges, donde falleció el 26 de julio. Fue enterrado en la parroquia de San Isidoro y San Pelayo de Salamanca, que hoy en día es una aulario de la Universidad que se encuentra entre las calles de Francisco Vitoria y de Los Libreros, al lado de la Clerecía. Aunque la brigada Desgraviers-Berthelot no sufrió demasiado en la batalla de Los Arapiles, ya que estuvo posicionada en los altos de Calvarrasa de Arriba, donde los combates se limitaron a meras escaramuzas de infantería ligera, lo cierto es que en las horas posteriores al final de la batalla esta unidad iba a sufrir dos duros golpes: la muerte de su general y la completa pérdida de uno de sus batallones, del regimiento 76º, que sufrió la carga de un escuadrón del 1º de Dragones de la Legión Alemana del Rey en Garcihernández, tal y como os he contado en una entrada de ayer mismo. 

Aquí os dejo la partida de defunción de ese general francés que acabó dando con sus huesos en Salamanca: "En Salamanca, Iglesia de San Isidoro y San Pelaio, murió en el día veintiseis de Julio de 1812, un Señor General de Brigada que dijeron titularse Mr. de Grabié, en la casa de D. Salvador Roges y fue sepultado en esta Iglesia por orden los Señores Gobernador eclesiástico y corregidor de esta ciudad, fue ejecutiva su muerte por las heridas que en la Batalla que hubo en el campo de esta dicha ciudad recibió y no se practicó, ni mandado hacer más diligencias con su cadáver; lo que anota aquí para que conste, por lo que fuese necesario y firmo ut supra. D. Josef de Bustamante, Párroco." Libro de Difuntos de la Iglesia de San Isidoro y San Pelayo (Salamanca), Archivo Episcopal de la Diócesis de Salamanca 417/10. 

No deja de ser curioso que el general John Gaspard Le Marchant, británico y, por lo tanto, aliado de los españoles, tuviera que ser enterrado en el campo de batalla de Los Arapiles, mientras que un general francés encontraba sepultura en una iglesia de Salamanca. Pero es que, amigos, en ese tiempo, la religión primaba más que el bando, me temo. Desgraviers-Berthelot sería enemigo, pero católico, mientras que Le Marchant, aliado, no dejaba de ser un hereje presbiteriano.  Como tantas cosas relacionadas con la francesada en Salamanca, lo acontecido durante la agonía y la muerte del general Desgraviers Berthelot seguirá guardado, posiblemente para siempre, en la carpeta de los misterios. En la foto que acompaña esta entrada podéis ver la fachada de la antigua inglesia de San Isidoro y San Pelayo, antigua facultad de Derecho y hoy en día un simple aulario de la Universidad.