El final de una batalla napoleónica mostraba, sin lugar a dudas, uno de los espectáculos más horripilantes que se pueden contemplar, pero lo cierto es que también presentaba una ocasión de lo más propicia para iniciar un buen negocio. Los saqueadores de cadáveres que se lanzaron como buitres sobre los campos de batalla de Salamanca, La Albuera o Waterloo no se diferenciaban en nada de los oportunistas que han existido en todos los tiempos, esos que buscan transformar la desgracia de los otros en beneficio propio. Lo que los hacía únicos durante la época napoleónica era el objeto de mayor preferencia a la hora de despojar a un cadáver, puesto que no solamente buscaban los objetos tradicionalmente ansiados, tales como monedas o joyas, sino algo que os resultará un poco más extraño: dientes humanos.
La explicación de esta evolución en las preferencias saqueadoras es muy sencilla. A lo largo del siglo XVIII la cantidad de azúcar en la dieta entre las clases altas aumentó enormemente, lo que hizo que la odontología, una ciencia abandonada durante siglos, viviera por entonces un gran apogeo tanto en Europa como en Norteamérica. En aquel tiempo los dientes postizos suponían una gran novedad, ya que en los siglos anteriores resultaban absolutamente desconocidos. Antes los dientes dañados se extraían y no se sustituían, aunque conocemos el caso de Isabel I de Inglaterra, que disimulaba las piezas dentales perdidas con trozos de tela cuando aparecía en público.
En el transcurso del siglo XVIII se comenzaron a desarrollar dentaduras completas o parciales al tiempo que los nuevos dentistas se las arreglaban para encontrar mejores métodos de fijación de las prótesis. De todas formas, las primeras dentaduras postizas se utilizaban más por mejorar la apariencia que para otra cosa, e incluso se quitaban a la hora de comer. Los primeros dientes de porcelana se fabricaron en 1774, pero su problema es que tenían cierta tendencia a sufrir desconchones e incluso a romperse, aparte de que eran demasiado blancos como para resultar convincentes. Los dientes artificiales realmente funcionales no se desarrollaron hasta mediados del siglo XIX, hasta que se descubrió la goma vulcanizada, lo que permitió que se fabricaran prótesis moldeadas según la forma de la boca del paciente. Así que, por lo tanto, hasta ese momento, el mejor sustitutivo de unos dientes humanos enfermos eran otros dientes humanos, normalmente insertados en una prótesis hecha de marfil de elefante o de morsa.
Pero el mayor problema era que la mayoría de los dientes que se podían emplear como sustitutivos eran de poca calidad, normalmente también piezas dañadas, provenientes de individuos que no cuidaban precisamente su dentadura, tales como gente de extracción humilde o delincuentes ajusticiados. Algunas veces los dentistas transplantaban directamente un diente de la encía de una persona a la encía de otra, algo que no solía funcionar y que era un método muy propio para transmitir la sífilis. Así las cosas, cuando comenzaron las guerras napoleónicas, los dentistas y los ricos con problemas dentales vieron el cielo abierto. Y con la muerte de miles de personas en los campos de batalla de Europa, no solamente las piezas dentales inundaron los mercados, sino que se pudo acceder a piezas de gran calidad, ya que la mayoría pertenecían a individuos verdaderamente jóvenes. De los 50.000 hombres que cayeron en Waterloo, la mayoría eran jóvenes sanos con la dentadura en muy buen estado, en mucho mejor estado que aquellas que solían llegar a los dentistas para hacer prótesis. Miles de dientes fueron robados a los muertos en Waterloo para terminar en el mercado inglés, el país que se podía permitir pagar lo que valían esas joyas bucales. De hecho, se les llegó a conocer como "Waterloo Teeth" (Dientes de Waterloo), y a menudo su nuevo propietario los lucía con gran orgullo, convirtiéndose en un complemento necesario para los individuos de las clases acomodadas de la época. La denominación "Waterloo Teeth" rápidamente se terminó aplicando a cualquier dentadura joven y saludable robada en cualquier campo de batalla napoleónico y se siguió usando durante todo el siglo XIX.
Aunque los dientes artificales comenzaron a aparecer en la década de 1840, en fechas tan tardías como la década de 1860 en Europa se podían encontrar a la venta dientes humanos importados de los campos de batalla de la Guerra Civil Americana.
La explicación de esta evolución en las preferencias saqueadoras es muy sencilla. A lo largo del siglo XVIII la cantidad de azúcar en la dieta entre las clases altas aumentó enormemente, lo que hizo que la odontología, una ciencia abandonada durante siglos, viviera por entonces un gran apogeo tanto en Europa como en Norteamérica. En aquel tiempo los dientes postizos suponían una gran novedad, ya que en los siglos anteriores resultaban absolutamente desconocidos. Antes los dientes dañados se extraían y no se sustituían, aunque conocemos el caso de Isabel I de Inglaterra, que disimulaba las piezas dentales perdidas con trozos de tela cuando aparecía en público.
En el transcurso del siglo XVIII se comenzaron a desarrollar dentaduras completas o parciales al tiempo que los nuevos dentistas se las arreglaban para encontrar mejores métodos de fijación de las prótesis. De todas formas, las primeras dentaduras postizas se utilizaban más por mejorar la apariencia que para otra cosa, e incluso se quitaban a la hora de comer. Los primeros dientes de porcelana se fabricaron en 1774, pero su problema es que tenían cierta tendencia a sufrir desconchones e incluso a romperse, aparte de que eran demasiado blancos como para resultar convincentes. Los dientes artificiales realmente funcionales no se desarrollaron hasta mediados del siglo XIX, hasta que se descubrió la goma vulcanizada, lo que permitió que se fabricaran prótesis moldeadas según la forma de la boca del paciente. Así que, por lo tanto, hasta ese momento, el mejor sustitutivo de unos dientes humanos enfermos eran otros dientes humanos, normalmente insertados en una prótesis hecha de marfil de elefante o de morsa.
Pero el mayor problema era que la mayoría de los dientes que se podían emplear como sustitutivos eran de poca calidad, normalmente también piezas dañadas, provenientes de individuos que no cuidaban precisamente su dentadura, tales como gente de extracción humilde o delincuentes ajusticiados. Algunas veces los dentistas transplantaban directamente un diente de la encía de una persona a la encía de otra, algo que no solía funcionar y que era un método muy propio para transmitir la sífilis. Así las cosas, cuando comenzaron las guerras napoleónicas, los dentistas y los ricos con problemas dentales vieron el cielo abierto. Y con la muerte de miles de personas en los campos de batalla de Europa, no solamente las piezas dentales inundaron los mercados, sino que se pudo acceder a piezas de gran calidad, ya que la mayoría pertenecían a individuos verdaderamente jóvenes. De los 50.000 hombres que cayeron en Waterloo, la mayoría eran jóvenes sanos con la dentadura en muy buen estado, en mucho mejor estado que aquellas que solían llegar a los dentistas para hacer prótesis. Miles de dientes fueron robados a los muertos en Waterloo para terminar en el mercado inglés, el país que se podía permitir pagar lo que valían esas joyas bucales. De hecho, se les llegó a conocer como "Waterloo Teeth" (Dientes de Waterloo), y a menudo su nuevo propietario los lucía con gran orgullo, convirtiéndose en un complemento necesario para los individuos de las clases acomodadas de la época. La denominación "Waterloo Teeth" rápidamente se terminó aplicando a cualquier dentadura joven y saludable robada en cualquier campo de batalla napoleónico y se siguió usando durante todo el siglo XIX.
Aunque los dientes artificales comenzaron a aparecer en la década de 1840, en fechas tan tardías como la década de 1860 en Europa se podían encontrar a la venta dientes humanos importados de los campos de batalla de la Guerra Civil Americana.
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