lunes, 17 de agosto de 2009

Harry y Juanita Smith


Tras arrebatar la fortaleza de Ciudad Rodrigo a las tropas imperiales (19 de enero de 1812), Lord Wellington se retiró al cuartel general que había establecido en la cercana localidad de Fuenteguinaldo. Fue hacia finales de marzo cuando decidió emprender el cerco de Badajoz, pues, a pesar de que su última victoria le permitía avanzar sin obstáculos hacia Salamanca, la continua presencia de las tropas napoleónicas en esa ciudad fortificada suponía una importante amenaza para las provincias del sur de Portugal, y él no era precisamente un general de los que dejaba cabos sueltos. El día 16 de marzo, y al mando de unos veinticinco mil hombres, Wellington se presentó frente a las murallas de esta fortaleza, defendida por unos cinco mil soldados al mando del general Philippon. La defensa fue feroz, puesto que Napoleón había amenazado con ejecutar a cualquier gobernador que ofreciera la capitulación sin defender su ciudad hasta el último extremo, y se produjo un horripilante número de bajas en ambos bandos. Al atardecer del día 6 de abril, las tropas aliadas se dispusieron para el asalto final. Cuando los soldados británicos y portugueses lograron entrar en la ciudad, se repitieron las mismas escenas de asesinato, violación y saqueo que ya habían sufrido los habitantes de Ciudad Rodrigo en enero. Pero no todos se comportaron de forma indigna, puesto que cientos de ellos arriesgaron sus vidas intentando parar el desastre; incluso algunos perecieron a manos de sus propios camaradas que, cegados por el alcohol y la cólera, estaban dispuestos a cobrarse con dolor ajeno todo el sufrimiento que la guerra les había causado. Fue en este escenario de degradación humana y de crueldad extrema donde un joven capitán británico del Regimiento 95º de Rifles, de nombre Harry Smith —que en ese momento estaba empleado como Brigade Major en la División Ligera— se encontró con la mujer que sería, en sus propias palabras, «mi consuelo y absoluta felicidad durante treinta y tres años».
Cuando un par de días después se logró por fin restablecer el orden, dos jóvenes mujeres se atrevieron a salir a la calle en busca de la protección de los oficiales británicos. Acampados fuera de las murallas de la ciudad se encontraron a varios de ellos, y la mayor de las hermanas no lo dudó un instante. Agarró a la menor del brazo y, dirigiéndose a los sorprendidos oficiales, imploró que uno de ellos se hiciera cargo de su hermana, puesto que, sin familia y con su casa saqueada y en ruinas, ella, casada con un oficial español cuyo paradero y suerte desconocía, no veía otra forma de ofrecerle un futuro. Unos pocos días más tarde, Harry Smith, de veinticuatro años, contraía matrimonio con Juana María de los Dolores de León, pacense de catorce años y descendiente directa del conquistador Juan Ponce de León.
La intrépida Juana no permitió que la mandaran a Inglaterra, a casa de la familia de su marido, y escogió acompañarle en la incierta aventura de la guerra. Se quedó junto a él el resto del conflicto, siguiéndolo a lomos de su caballo y tras los carros de los bagajes, durmiendo al aire libre en el campo de batalla y compartiendo todas las privaciones de la campaña. Su belleza, coraje, buen juicio y carácter amable la hicieron muy querida entre todos los oficiales, incluyendo Lord Wellington. Entre la tropa, era idolatrada por sus actos de generosidad y su capacidad para codearse con generales, pero también con soldados rasos y cantineras.
Con la excepción del periodo de la guerra anglo-americana iniciada en 1812, acompañó a su marido a todos sus destinos. Esta joven de Badajoz fue testigo de la campaña de Waterloo, estuvo en la India y por dos veces en Sudáfrica, donde Sir Harry, que había sido nombrado caballero mientras tanto, sirvió como Gobernador de la Colonia del Cabo y Alto Comisionado. Conocida como Lady Smith, Juana es recordada, actualmente, en el nombre de la localidad sudafricana de Ladysmith y en el de la Ladysmith de la Columbia Británica, Canadá.


La historia de Juana fue novelada por la autora británica Georgette Heyer en la obra The Spanish Bride, que creo que no ha llegado nunca a ser traducida al español.

En la imagen: Juana Smith a los 17 años (artista desconocido, París, 1815).

1 comentario:

  1. ¡Si que tuvo una vida novelesca este hombre!
    Oí hablar de "The Spanish Bride" cuando traduje un artículo de Rory Muir para el número 2 de ALKAID, pero no sabía que se refería a 'Juanita', de la que sí había oido hablar
    ¡Un saludo!

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