El periodista y escritor salmantino Paco Cañamero anuncia en el siguiente artículo aparecido hace un tiempo en el diario "Tribuna de Salamanca" la publicación de su nuevo libro, dedicado al personaje de Don Julián Sánchez "El Charro". Mejor dejo que os lo cuente él mismo, que escribe mucho mejor que yo.
El bicentenario de la Guerra de la Independencia pasa de largo, sin que se le haya dado la importancia que tuvo en esta tierra. Y eso que, tanto en la capital como en la provincia, sus huellas son todavía visibles. Es el caso del campo de batalla de Los Arapiles, del impacto de los cañonazos en la Catedral de Ciudad Rodrigo, junto a numerosas zonas de su conjunto histórico mirobrigense; de la explosión del polvorín de la capital que dejó un tremendo hueco en Peñuelas de San Blas y La Vaguada de la Palma. Porque los daños de aquel conflicto, en esta tierra, fueron muy superiores a los de la última Guerra Civil, al no ser Salamanca zona de campo de batalla, aunque sí un foco de represión con heridas todavía abiertas. Uno, durante el último año, ha estado inmerso en recrear episodios de entonces, que verán la luz en Las nieblas del invierno, de donde se extraen estos párrafos: ‘... el ventorro está al lado del Campo de San Francisco, junto a varias casas de labradores. En el interior hay un patio porticado con un pozo en el centro donde los arrieros sacan agua para refrescarse dan de beber a las caballerías ayudándose de grandes herradas. Al lado, bajo una tenada hay unos carros que horas antes llegaron cargados de frutas, verduras o carbón, y en esos momentos descansan los amos antes de emprender el regreso a casa. Por el exterior pasea un grupo de soldados franceses que lucen, salerosos, sus llamativos uniformes y sus altos gorros de charol, junto a ellos va un apuesto sargento que, placenteramente fuma de una pipa y se distingue del resto por sus galones dorados y relucientes sobre el antebrazo rojo de la guerrera. – Bon voyage, monsieur (saluda el apuesto sargento gabacho, rubiales y altiricón, a un caballero charro que pasa por allí subido a una jaca alazana, sin que el charro ni siquiera lo mire). La escena la presencia El Tumbao, quien después de descargar varias sacos de harina en una cercana tahona acude a saciar su sed al ventorro, al que se dirige alegre y sudoroso tras el trabajo. Cantando una charrada entra en el local, en el que únicamente se escuchan los ronquidos de un hombre echado sobre un escaño con síntomas de estar borracho. Entonces, El Tumbao, mientras se acordaba de la madre que parió a los franceses, busca a uno y otro lado. – ¿Quién vive? – Un hombre de paz (responde enseguida una voz seca y ronca desde el interior). – Soy un molinero de Ledesma que acaba de traer harina a Los Tronchos y que quiero posada para mí y la caballería. Pero antes écheme un buen trago de vino. Enseguida sale el tabernero ataviado con un chaleco y la cabeza cubierta por un pañuelo de seda anudado a los cuatro lados y pregunta: – ¿Una charra, un chato o una pinta?
– Una charra. – ¿De dónde es el vino? ¿De la Sierra? – No, me lo trae desde La Bóveda de Toro un bodeguero llamado Ramón Moyano, al que apodan El Judas. – ¿Y tiene de otros? – Sí, también hay de Fermoselle, pero es mucho más recio. – ¿El Judas le echa agua?
– No falte. – ¿Dónde está Fermoselle? – Lejos de aquí. A más de seis horas en caballería, en unos cortes del Duero, ya al lado de Portugal. De allí dicen que hubo marineros que fueron con Colón en el Descubrimiento América. El Tumbao miró al hombre dormido en un escaño. – ¿Qué le pasa a ése? – Es un carbonero de Vecinos que se emborrachó anoche, no saben beberlo ni mearlo. Además, se gastó el dinero y le dieron una tunda unos canteros de Villamayor. – ¿Lo espanto? – No, déjalo, que es una mala rapaz y lo mismo tira de navaja, pero como no se despierte pronto, cojo una herrada de agua, se la tiro por la cabeza y verás cómo se le espabila y nos deja en paz’.
Párrafos que destilan buena literatura y que prometen un buen libro. Habrá que tenerlo muy en cuenta cuando se publique.
ResponderEliminarJosé Marcos.