martes, 30 de junio de 2009

Bicentenario de la Batalla de Talavera


El 28 de julio de 2009 se cumplirán exactamente doscientos años desde que se librara a las afueras de la población de Talavera la primera batalla del general Arthur Wellesley (Lord Wellington) en territorio español.

Dada la cercanía de tal efeméride me permito haceros dos recomendaciones. La primera es la Web oficial del Bicentenario de la Batalla de Talavera, algo que, por cierto, echo de menos para el caso de Ciudad Rodrigo, que tiene una cita con el bicentenario del primer sitio en 2010.

http://talavera1809.oalctalavera.es/

Y la segunda esta novela recientemente publicada, cuya portada podéis ver en la imagen anexa:


TALAVERA 1809
De J. J. Herrero

España está en llamas. Tras derrotar a los ejércitos de las naciones más poderosas del continente europeo, las tropas de Napoleón han irrumpido en la península Ibérica. Si bien una minoría ilustrada aplaude la invasión y ve en ella la esperanza de modernizar el país, la mayoría de los españoles se unen con la férrea voluntad de rechazarla. En medio de este convulso escenario, los Peris, repudiados en su pueblo natal, se refugian en la Venta del Tuerto, desde donde Paquita, la benjamina, una pelirroja de armas tomar, empezará una aventura que la llevará a luchar contra los franceses en todos los frentes imaginables, desde los frondosos bosques que domina la guerrilla, hasta los campos de batalla en los que se batirá el ejército del general Cuesta. Frente a ella, Gerard Girot, un joven y arrojado dragón, que tratará de vencer sus temores y convertirse en el héroe que siempre ha soñado. Finalmente, los dos ejércitos se encontrarán en las inmediaciones de Talavera de la Reina. La batalla que se fragua decidirá el futuro de los ingleses en la Península y, con ello, el desarrollo de la guerra en el continente. Para Wellesley y para José Bonaparte, para el general Cuesta y el mariscal Victor, para Paquita Peris y Gerard Girot, la suerte está echada.

Autor
J. J. Herrero (Barcelona, 1973) se licenció en Geografía e Historia, con la especialidad de Antropología Social. Si bien su trayectoria profesional siempre ha ido pareja al mundo de la distribución videográfica, también ha colaborado con la extinta revista Públic, de la que fue crítico gastronómico. Talavera 1809 es su segunda incursión en el mundo de la narrativa histórica, tras Ostfront 1943.


lunes, 22 de junio de 2009

Wellington en Valladolid


Acabo de llegar a casa y me lo he encontrado en el buzón. No pude ir a la presentación, me tocó pasar otra noche más de hospital con mi padre y no estaba el cuerpo como para conducir, aunque solo fuera hasta Valladolid. Ya leí las pruebas en su día pero ahora, con el libro en las manos, siento de nuevo ganas de sumergirme en la narración de esa campaña que tuvo uno de sus puntos culminantes en la Batalla de Los Arapiles. Se trata del primer libro de Miguel Ángel García García, un libro escrito con profundo conocimiento del tema y en el que se narra una campaña militar casi vivida en carne propia. Miguel Ángel me entenderá. Gracias y enhorabuena amigo.


El 1 de julio de 1812 entra en la villa de Alaejos Arthur Wellesley, futuro Lord Wellington, encabezando un ejército de 50.000 hombres. Viene en persecución del ejército francés comandado por el Mariscal Marmont, duque de Ragusa. Durante los próximos seis meses Valladolid será uno de los principales escenarios de la ambiciosa campaña militar, emprendida por Wellington, para expulsar al ejército invasor de la Península Ibérica. Los ejércitos ocuparán toda la provincia ocasionando innumerables desgracias a la población, se volarán los diversos puentes que se levantan sobre el río Duero y Pisuerga e incluso Wellington estará a punto de perder la vida en Castrejón de Trabancos, durante la jornada del 18 de julio de 1812. Sólo la retirada momentánea de las tropas francesas de la provincia, tras la derrota en Arapiles, y la proclamación y jura de la Constitución de 1812, compensará, en parte, los daños ocasionados por ambos ejércitos tras su paso por Valladolid.


Precio 12,00 Euros

Distribución MAXTOR S.L.:
Tel: +34 983 343 087
Fax: +34 983 305 233
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Venta: en librerías
Tel: +34 983 343 211 - Ext: 263

jueves, 18 de junio de 2009

Napoleonic Wars in Cartoons



Hoy he recibido este libro de Mark Bryant: Napoleonic Wars in Cartoons. Una maravilla de volumen que contiene más de 300 caricaturas en blanco y negro y en color que dan cuenta de la guerra propagandística y de insultos que se libró paralelamente a la de los campos de batalla durante la época napoleónica. Por supuesto, el personaje más caricaturizado y ridiculizado es el propio Napoleón.

sábado, 13 de junio de 2009

Cuentos de Salamanca en tiempos de Napoleón


Os transcribo como aparece en "abc.es" la noticia de la presentación de los "Cuentos de Salamanca en tiempos de Napoleón", puesto que creo que el/la periodista de la Agencia Ical fue el/la que mejor tomó notas ese día y merece la pena conservar el texto en este Blog

La Fundación Salamanca Ciudad de Cultura ha presentado la publicación «Cuentos de Salamanca en tiempos de Napoleón», una obra con la que se pretende acercar la Guerra de la Independencia a los más jóvenes de forma atractiva para ellos.

A través de dos relatos, elaborados por los autores Miguel Ángel Martín Más y Tomás Hijo, se describe «una época apasionante y maravillosa» para que «accedan a ese universo los niños y no sólo lo hagan los mayores», destacó Hijo.

Este autor, que también fue el encargado de realizar las ilustraciones, apuntó además que el trabajo lo iniciaron hace un año y reconoció que supuso para ellos un proyecto en el que depositaron su «ilusión, ganas y entusiasmo», al tiempo que explicó que las ilustraciones que acompañan el relato están hechas de forma artesanal.

En concreto y refiriéndose a la parte escrita por el, con el título de «El cepillo de dientes de Lord Wellington», se narra la historia de varios niños y de cómo vivieron las batallas napoleónicas.

Por su parte, Miguel Ángel Martín, destacó que la idea parte de sus recuerdos de niño, ya que según informó, su padre era natural de Calvarrasa de Arriba y le «llenaba la cabeza de historias», sobre todo de las batallas que se desarrollaron en Salamanca, como la Batalla de Arapiles.

Por ese motivo, explicó que siempre le ha interesado esa parte de la historia y en concreto, su cuento «Los tres cruasanes del emperador», comienza con «una caricatura de Napoleón, en la que se le dibuja como alguien borracho de poder», algo que «quizá no estuviera muy lejos del Napoleón real de 1808», dijo.

Martín Más señaló que el cuento es «alegórico» y que la historia se desarrolla a través de la mirada del protagonista, un niño de 10 años, hijo de un francés que acompaña a su padre en su periplo.

Al acto de presentación también acudió el alcalde de la ciudad, Julián Lanzarote, quien relató que esta obra pretende servir como «motivación» para conocer estos hechos y para ahondar en la vinculación de Salamanca con personajes como Napoleón o Lord Wellington. C.R./Ical

Carta de Wellington desde Cuéllar (Segovia)


Hoy os presento una carta autógrafa de Wellington enviada desde Cuéllar (Segovia) que encontré hace un tiempo en un anticuario de Lisboa. En realidad encontré dos cartas juntas, pero la otra, enviada desde Freineda (Portugal) la cedí a José Ramón Cid Cebrián y puede verse expuesta en la exposición que comisarié en Ciudad Rodrigo bajo el título de "Sitios Napoleónicos: Ciudad Rodrigo y la Guerra de la Independencia en el grabado antiguo".

En ella Lord Wellington le solicita a Lord Charles Stuart (ministro plenipotenciario británico en Portugal) que consiga una orden del gobierno portugués para que le envíen, libres de tasas, unos paquetes y maletas retenidos en la aduana de Lisboa.

Lástima que en la foto no podáis apreciar la marca de agua con la efigie de Britania ni la textura del extraordinario papel Whatman.


Cuellar August 4th 1812


Sir
I request that you will obtain and Order from the Portuguese Government for the delivery from the Customs House free of duty the packages and cases named in the enclosed return.
I have the honour to be
Sir
Your most obedient
Humble Servant
Wellington

His excellency
Charles Stuart

lunes, 8 de junio de 2009

Óleos de la Batalla de Salamanca en el Palacio de Mafra (Portugal)



Una vez más me he encontrado en Portugal más referencias y conocimiento sobre la Batalla de Los Arapiles que en la propia Salamanca. No es extraño, 18.000 lusos combatieron a las afueras de Salamanca ese 22 de julio de 1812 y el resultado de la Batalla libró a ese país definitivamente de la amenaza de invasión por parte de las tropas napoleónicas.

Hoy os presento dos óleos, que aunque evidentemente no son obras de arte, son practicamente desconocidos, ya que nunca los he visto reproducidos en ningún libro y que se encuentran en el Palacio de Mafra (Portugal). Por lo menos hubiera estado bien traerlos para aquella exposición que se hizo dedicada a la Batalla en el año 2oo2.

Disculpad la calidad de la reproducción de los cuadros, pero es que las fotos fueron tomadas furtivamente.

"Bicentenario: memoria e indiferencia" por Arturo Pérez Reverte


No me pierdo ni uno solo de los artículos de Arturo Pérez Reverte publicados en el suplemento "XL Semanal", que entregan con el diario ABC. Sobre todo porque este buen hombre es el único que se atreve a insultar públicamente a la clase política española, lo que me parece un sanísimo ejercicio de democracia dada la patulea de gobernantes y oposición que nos ha tocado soportar en este país desde siempre, pero también porque Pérez Reverte a veces escribe sobre los Bicentenarios de la Guerra de la Independencia, como hizo el pasado domingo:

Entristece comprobar cómo transcurre en España el bicentenario de acontecimientos relacionados con la guerra de la Independencia, en el supuesto –no tengo la certeza absoluta– de que aún la llamen así los libros de texto. Si algo caracteriza el asunto es el desinterés institucional y el carácter local, casi privado, de cada acto. Un ayuntamiento, un colegio, un grupo de aficionados a la historia de su pueblo, convencen a las autoridades, consiguen una modesta financiación y, a fuerza de entusiasmo y tesón, la iniciativa sale adelante: La Albuera, Bailén, La Coruña. O no sale. A veces tropieza con muros de incomprensión o recelo. A no pocos imbéciles, recordar batallas les suena a militarismo, y recelan de una Historia que ni conocen ni les importa. Otros, los perspicaces, intuyen que esas cosas crean ambiente y dan votos. Entonces se adhieren al proyecto, a veces –seamos justos– con sincero entusiasmo. Pero esto suele ocurrir a escala local. Más arriba, las cosas cambian. Por lo común, para que haya apoyo económico e institucional, el ayuntamiento debe estar regido por el mismo partido político que gobierna la comunidad correspondiente. Si no, la respuesta suele ser la indiferencia más absoluta, se trate de la guerra de la Independencia o de la guerra de las Galaxias. Y del Estado, qué les voy a contar. Ni está ni se le espera. Sobre la comisión para el bicentenario, que con tanta pompa presentó en su momento, huelgan comentarios. A su currículum y actividades me remito.

Luego viene la mala fe y la mezquindad de cada cual. Ejemplo fresco es Gerona: escenario, con Zaragoza, de una de las más tenaces y heroicas defensas contra los franceses. Estos días se puede visitar una exposición que pasa de puntillas por la figura del general Álvarez de Castro y apenas menciona la guerra peninsular. La pasmosa lectura del asunto es que aquello fue un episodio menor de las relaciones bilaterales entre Cataluña y Francia, que la ciudad mejoró una barbaridad bajo la ocupación –casi liberación– napoleónica, y que los oprimidos –por España– payeses y ciudadanos gerundenses se vieron obligados por los militares españoles a defender la ciudad contra su voluntad y sus intereses, en una guerra tonta que ni les iba ni les venía. Poco más o menos. Con un catálogo de la exposición, además, publicado sólo en catalán, con un resumencito al final en francés, inglés y castellano. Para que no haya dudas al respecto.

Con otro asedio ha habido más suerte. En Zaragoza, donde el carácter nacional de aquella guerra no lo discute nadie, la conmemoración del primer sitio francés fue espléndida. Incluyó una recreación histórica que, al principio, el ayuntamiento veía con recelo. Sacar uniformes de época, banderas y fusiles a la calle le parecía un alarde militarista y patriotero. Ahora, en vista del éxito de público obtenido –20.000 personas, y la gente encantada–, ha decidido hacerse cargo del asunto el año que viene, sin complejos. Y es que no hay como los votos para revisar conceptos. Otro caso de respuesta popular ha sido el de Medellín, que este año se volcó en el recuerdo de una batalla que, en 1809, costó allí 8.000 muertos a los españoles. Su memoria se honró como Dios manda, gracias a la iniciativa de un humilde profesor de instituto que convenció a sus paisanos. Colaboraron el ministerio de Defensa –que siempre ayuda cuando se lo piden– y las asociaciones napoleónicas. Hoy, un monumento a la paz y a la memoria señala, al fin, ese campo de batalla.

Como ven, pese a todo, hay gente que no se rinde, y arrastra a otros en el sueño de recobrar su memoria histórica, la de todos, borrada por siglos de estupidez e incultura. Un acicate perfecto para que los jóvenes se interesen por libros y museos. Por la huella de lo que fueron y la clave de lo que son. Hay que agradecer ahí el trabajo dignísimo, entusiasta, que hacen las asociaciones napoleónicas españolas; que con sus grupos de recreación histórica, en compañía de aficionados ingleses y franceses, reconstruyen los escenarios en espectáculos brillantes y emotivos. Dan así una lección de Historia viva, y rinden homenaje a los miles de compatriotas que lucharon y murieron en España hace doscientos años. Eso ocurrió en Somosierra el año pasado, gracias al tesón de la asociación de Voluntarios de Madrid; y se repetirá en Talavera dentro de dos semanas, cuando se conmemore la batalla que allí riñeron, en julio de 1809, españoles, ingleses y franceses. Un choque sangriento que acabó en tablas, con casi 15.000 bajas y un regimiento de caballería español, el del Rey, dando una carga sable en mano que los historiadores califican de ‘asombrosa’. Con motivo del bicentenario se han dado allí conferencias y publicado cuadernos didácticos para escolares, se expone una estupenda maqueta que reproduce el lugar, y el domingo 21 de junio está prevista una recreación con tropas uniformadas de época en el campo de batalla. También habrá acto institucional. Esta vez hubo suerte. Como el ayuntamiento es del Pesoe, colabora la Junta de Castilla-La Mancha.

Visita a Arapiles de un grupo de West Point

El pasado domingo un grupo de seis cadetes y dos instructores de la Academia Militar de los Estados Unidos, más conocida como West Point, visitó el Sitio Histórico de Los Arapiles. Me pregunto si visitas como ésta no dan que pensar a alguien...

La foto está tomada en las alturas de la Ermita de Nuestra Señora de la Peña (Calvarrasa de Arriba) y al fondo podemos ver los dos montes Arapiles.

Reportaje en "Tribuna de Salamanca"





Hace unos días pasó por mi santa casa Luis Cadenas, responsable de la sección de cultura del diario "Tribuna de Salamanca". Tras un par de horas de charla y de trastear viendo reliquias de batallas y grabados antiguos, terminamos coincidiendo en que podría ser interesante hacer una llamada referente a que estamos a punto de que se cumplan doscientos años de la Batalla de Tamames. El resultado de esta charla y de la iniciativa de "Tribuna" es un reportaje que se publica hoy en el citado diario. Espero que os agrade. Luis lo ha hecho muy bien tanto en el contenido textual como en el gráfico, y espero que con ese buen trabajo hoy ganemos algún adepto más para la causa histórica napoleónica en la provincia de Salamanca.

martes, 2 de junio de 2009

Día de las Letras Salmantinas 2009



Hoy llegó a mis manos un programa de una actividad cultural que lleva mucho tiempo anunciada en las marquesinas de la ciudad: "El Día de las Letras Salmantinas". Os adjunto una parte de ese programa que se refiere a un "Homenaje a las Letras Salmantinas", dedicado en esta edición a "Cronistas y Viajeros por Salamanca". La propuesta me parece muy interesante y, desde luego, asistiré al acto del próximo 10 de junio a las 20:15 en el Teatro Liceo, pero leyendo el susodicho tríptico, me quedo un tanto estupefacto ante la falta de coherencia del texto que presenta este acto concreto. Aunque lo cierto es que no debería extrañarme después de lo que se vió en su día, cuando se conmemoró el 190º aniversario de la Batalla de Los Arapiles.

Lo primero que puedo decir es que esos personajes de los que se habla, "asociados a los ejércitos inglés y francés", pasaron por Salamanca entre los años 1807 y 1813, no entre 1808 y 1812, como escriben en el programa. Aclaro que Wellington y su ejército entraron en Salamanca capital dos veces: en junio de 1812 y en mayo de 1813. Además, yo hablaría de ejército aliado y no de ejército inglés; baste recordar que en Arapiles combatieron unos 18.000 portugueses, unos 5.000 alemanes y unos 3.000 españoles junto a unos 23.000 británicos (lo que incluye irlandeses, escoceses e ingleses).

Por otro lado, y esto es más preocupante, los cronistas y viajeros que se nombran no estuvieron en Salamanca durante la Guerra de la Independencia, sino que pasaron por aquí muchos años antes o después del conflicto. Bueno, uno sí, Robert Ker Porter, que vino en noviembre de 1808 con el ejército de Sir John Moore, pero el resto no, como he dicho. Richard Ford no vino a España hasta 1830; Richard Twiss hizo su viaje entre 1772 y 1773; Joseph Townsed hizo lo propio durante el reinado de Carlos III, muchos años antes, como Twiss; el estadounidense Alexander Slidell Mackenzie nació en 1803, así que cuando se libró esa guerra tenía entre cinco y diez años, George Borrow no pisó por aquí hasta 1835...

No lo entiendo, la verdad, porque comprenderán que a uno se la pueden dar con queso con muchas cosas pero, con este tema, ya no es tan fácil, aunque posible, claro. Es cierto que los autores citados que pasaron años después de la Guerra de la Independencia por tierras salmantinas hacen referencias a ese periodo y a las consecuencias que sufrió la ciudad pero aun así sigo sin entenderlo. Hay decenas de interesantísimos diarios y memorias de personas que sí que vivieron la Guerra de la Independencia en Salamanca, así que, sinceramente, no puedo entender la selección de autores y textos, aunque habrá que asistir al acto para ver lo que da de sí este asunto. ¿Por qué no leer a Grattan, Simmons, Tomkinson, Mills, Wheeler, Donaldson, Henegan, Noel, Marcel, Pelet, Delafosse, Thiébault, Bradford, Neale y a muchos otros que nos ofrecen una fascinante visión de la Salamanca de las guerras napoleónicas? ¿Acaso no los conocen los que organizan un acto "en el marco de los actos conmemorativos de la Guerra de la Independencia"?

Pero si hasta el mismísimo Mesonero Romanos pasa por Salamanca en 1813, cuando todavía es un crío, y hace referencia a ese viaje en su famoso libro Memorias de un Setentón. Y están las fantásticas Memorias de Parquin, que me las acaba de recordar el amigo José Marcos en su siempre oportuno comentario.

Creo que no pido mucho, y eso sin saber lo que le va a costar la gracia a los sufridos salmantinos...

lunes, 1 de junio de 2009

17 de junio de 1812: Wellington en la ciudad de Salamanca



Ya estamos de nuevo en junio y supongo que, una vez más, Salamanca dará la espalda a su historia y nadie se acordará de las efemérides de la entrada de Lord Wellington en la ciudad y del asedio de los Fuertes de San Vicente, San Cayetano y La Merced allá por el año 1812.

El mismo día en que se clausure el 5º Festival Internacional de las Artes de Castilla y León, el 13 de junio, algunos raritos estaremos pensando en que se cumplen justamente 197 años desde que Wellington cruzó el río Águeda con su ejército compuesto de unos 50.000 británicos, portugueses, alemanes y españoles. Aquello sí que fue un festival internacional... Y supongo que un tema que entra dentro del ámbito de la Cultura... ¿O no?

A continuación os dejo mi recordatorio de cómo se inició la conocida como Campaña de Salamanca en el año 1812, un fragmento extraído de mi libro LOS ARAPILES 1812. LA CAMPAÑA DE SALAMANCA. Con esto no creo que ya nadie tenga dudas al respecto de por qué Wellington tiene un medallón con su busto esculpido en la Plaza Mayor de Salamanca.

[...] Los últimos éxitos de Wellington -la toma de las ciudades fortificadas de Ciudad Rodrigo en enero y de Badajoz en abril- habían logrado acallar cualquier crítica en sus filas. También habían exacerbado, probablemente, los celos de los generales españoles (que veían cómo un extranjero, y además inglés, les estaba haciendo el trabajo que ellos se veían impotentes para llevar a cabo) y convencido al gobierno británico de que merecía la pena mantener el ejército expedicionario en la Península Ibérica, y eso a pesar de la sangría económica que esto suponía. Una vez que Wellington se había asegurado de que el Ejército francés de Portugal comandado por el mariscal Marmont tuviera el máximo de dificultades para ser reforzado por unidades de cualquiera de los otros ejércitos franceses que operaban en España, todo estaba listo, y el ejército aliado ya estaba reunido en la comarca de Ciudad Rodrigo. Los aliados cruzaron el río Águeda el 13 de junio de 1812 en tres columnas. Siguiendo carreteras paralelas, iniciaron la marcha hacia el este, hacia Salamanca, donde el duelo con Marmont terminaría algo más de un mes más tarde en una gran victoria aliada que, por entonces, pocos podían imaginar. Al finalizar la primera etapa en la marcha hacia Salamanca, la columna del centro alcanzaba Bocacara, mientras que la de la derecha llegaba a Tenebrón, y la de la izquierda a Sancti Spiritus. El día 14, todo el ejército se concentraba sobre el río Huebra, con el centro en San Muñoz. El cuartel general alcanzaba Cabrillas ese mismo día. El día 15, la vanguardia del ejército avanzaba hacia Robliza de Cojos, precediendo al Estado Mayor, que pernoctó en Aldehuela de la Bóveda en esa jornada. Mientras tanto, la columna derecha alcanzaba Matilla de los Caños y la izquierda Tabera. No se veía a los franceses por ninguna parte, hasta que el 16 de junio, cuando la vanguardia acababa de cruzar el arroyo Valmuza, aparecieron dos escuadrones de caballería francesa apoyados por fuerzas de infantería que llevaban dos semanas apostadas en los pueblos de Tejares y Doñinos. Se trataba de la división de caballería ligera de Curto y del 17º de infantería ligera. El 1º de Húsares de la Legión Alemana del Rey se lanzó contra el enemigo, mientras el 14º y el 11º de Dragones Ligeros británicos intentaban desbordar por ambos flancos a los escuadrones franceses. Curto rehuyó el combate y se retiró al otro lado del Tormes, y solo una pequeña retaguardia mantuvo una breve escaramuza con la caballería aliada para, finalmente, retirarse. En ese momento, el ejército de Marmont se encontraba todavía disperso. Solamente dos divisiones de infantería (la de Maucune y la de Taupin) y la división de caballería de Curto se encontraban en los alrededores de la capital. Marmont ordenó a todas las divisiones reunirse a la mayor brevedad en Fuentesaúco, a unos treinta y cinco kilómetros al norte de Salamanca. Dejó tropas para defender el paso del río Tormes a través de Alba y marchó para ponerse al frente del Ejército francés de Portugal, de nuevo reunido, con la única excepción de la división de Bonnet, ocupada en la lucha antiguerrillera en Asturias. Pero Salamanca no había quedado, ni mucho menos, libre de tropas francesas. Marmont había dejado una guarnición de ochocientos hombres repartidos en tres fuertes, que con sus cañones dominaban el paso del puente romano sobre el río Tormes. Desde su llegada a Salamanca a comienzos de 1809, los franceses se habían planteado la construcción de una ciudadela o recinto fortificado. De este modo se asegurarían el dominio de la ciudad, aun cuando la campaña de Portugal les obligase a dejar una pequeña guarnición que sería necesario proteger del ataque de las guerrillas o de un posible levantamiento popular hasta que pudieran recibir refuerzos. El ejército aliado cruzó el Tormes por los vados de El Canto y de Santa Marta, a pocos kilómetros al norte y al sur de Salamanca. La Sexta División anglo-portuguesa entró en la ciudad el día 17 de junio, con Wellington al frente y escoltado por un escuadrón del 14º de Dragones Ligeros. El recibimiento que los salmantinos dieron a Wellington fue apoteósico:

Lord Wellington entró en Salamanca a eso de las diez de la mañana; las calles estaban abarrotadas de gente completamente entusiasmada, todo era felicidad. Era día resplandeciente, que mostraba toda la exhuberancia del clima del sur. Unos cincuenta oficiales del Estado Mayor acompañaban al general británico. Iban seguidos por el 14º de Dragones y una brigada de artillería. En la calle no cabía un alfiler; desde los balcones, la gente nos mostraba su cariño y su entusiasmo; la entrada en la Plaza Mayor fue parecida al paso por un arco triunfal: cada ventana y cada balcón estaban abarrotados de gente dándonos la bienvenida y agradeciéndonos su liberación. Al mismo tiempo, la Sexta División de infantería entró por el ángulo suroeste de la Plaza. Es imposible describir el efecto que esto produjo en todos los presentes. Cuando la banda del regimiento comenzó a tocar, la multitud gritó como posesa. Todos estábamos ebrios de triunfo. Los habitantes de Salamanca enloquecían. Un par de damas me cogieron cada una de una mano, algo que me pareció de lo más romántico. Mi Rocinante bajó la cabeza en busca de comida, creo que no había comido nada desde hacía mucho tiempo. Las señoras, vestidas de seda negra, no dejaban de preguntarme cosas, aunque yo apenas las entendía. Me encantan estas mujeres campesinas. Se las veía muy sanas y con una buena constitución, con ojos negros, labios encarnados y pies pequeños. Llevaban enaguas rojas, amarilla y azules. Poco después ascendí a la torre de la Catedral para echarle un vistazo a los fuertes. Desde allí se podía ver el interior de los mismos, y me di cuenta de que se les podría acosar con fuego de fusilería desde ese punto. Bajé a unirme a las celebraciones y disfrutar del maravilloso ambiente. La ciudad se iluminó y la música no dejó de sonar durante toda la noche. En la calle, las alegres muchachas españolas bailaban y tocaban las castañuelas. La luz refulgía en las bayonetas de los fusiles que se habían apilado en la Plaza Mayor, rodeados por los soldados de la Sexta División, muchos de los cuales estaban destinados a morir a unas pocas yardas de distancia de esa escena fascinante. (Cooke)

EL ASEDIO DE LOS FUERTES DE SALAMANCA


A pesar de las celebraciones, las dificultades surgieron enseguida para Wellington. Había que tomar los fuertes a toda costa, pero no se disponía ni de los cañones adecuados ni de la cantidad necesaria de munición para llevar a cabo un asedio en toda regla. Por una vez, la información que le habían dado sus espías estaba equivocada: los conventos estaban fuertemente fortificados y para nada serían fáciles de tomar. Además, Marmont, con cinco de sus divisiones ya reunidas en Fuentesaúco y con las de Foy y Thomières a un día de marcha, avanzó hacia Salamanca con la intención de levantar el sitio de los fuertes. Wellington había dispuesto su ejército al norte del Tormes, en las alturas que se extienden desde la ermita de Nuestra Señora de El Viso hasta Cabrerizos. Al atardecer del día 20 de junio, Marmont se situaba muy cerca de la posición británica en los altos de San Cristóbal. En la mañana del 21 de junio, Wellington perdió una oportunidad de oro para atacar al ejército francés, que solo disponía de cinco divisiones y estaba desplegado en una llanura al pie de una formidable posición defensiva ocupada por los aliados. Esa tarde, las divisiones de Foy y Thomières se incorporaron al ejército francés, con lo que las fuerzas de los dos ejércitos se equilibraron. El día 22, al amanecer, Wellington ordenó a los regimientos 51º y 68º y a los escaramuzadores de la Brigada Ligera de la Legión Alemana del Rey que atacaran a los piquetes franceses del 25º Ligero, que situados en una altura que domina el pueblo de Moriscos por el sur, en el ala derecha aliada. La pequeña fuerza aliada sufrió unas cincuenta bajas para desalojar a los franceses de ese punto. Los días siguientes pasaron sin grandes sobresaltos, y Marmont terminó retirándose, estableciendo el día 23 una fuerte posición en Aldearrubia.
La noche del 23 de junio, Wellington ordenó que se tomaran al asalto los fuertes de San Cayetano y La Merced, después de apenas seis días de asedio. No fue una buena decisión. Esta vez Wellington se equivocaba al pensar que la gallardía de sus tropas podría compensar otras deficiencias tales como la falta de artillería adecuada o las escasas labores de zapa. Las compañías ligeras de las brigadas de Hulse y de Bowes (unos cuatrocientos hombres de los batallones 2.º, 1/11º, 1/32º, 1/36º 2/53º y 1/61º) serían los encargados de escalar los muros de las dos fortificaciones, tarea que no entusiasmaba precisamente a los soldados, que hubieran preferido esperar hasta que los fuertes hubieran estado más “maduros” para el asalto. Las tropas al asalto transportaban doce escaleras, y enseguida empezaron a sufrir bajo el fuego de artillería proveniente del frente (San Cayetano) y desde la retaguardia (San Vicente) Muchas escaleras, construidas con madera verde y atadas de forma inapropiada, se rompieron en pedazos antes de que se alcanzara el objetivo, y solamente dos de ellas se pudieron colocar contra la muralla. El capitán John Owen, del regimiento 61º se encaramó a la muralla de San Cayetano, pero un disparo en el brazo izquierdo y otro en el hombro le hicieron caer al foso. Nadie más intentó escalar las murallas, y el ataque terminó siendo un absoluto fracaso, con más de ciento veinte muertos y heridos, entre ellos el general Bowes, que, a pesar de haber sido herido en los primeros momentos del asalto, insistió en reincorporarse al combate en el que encontraría la muerte, confiando en que, con su ejemplo, empujaría a sus soldados a realizar lo imposible. Al anochecer se declaró una tregua, los muertos y heridos se retiraron y los soldados británicos heridos recibieron cuidados médicos en un hospital en el interior de uno de los fuertes. Mientras se esperaba a que llegara la munición necesaria para proseguir con el bombardeo de los fuertes, se cavó una trinchera de aproximación desde una de las baterías hacia el suroeste. Serviría para que los Rifles dispararan sobre los cañones de San Vicente, que se podían ver desde ese lado. Se comenzó a trabajar en otra trinchera que discurriría a lo largo de lo que hoy se conoce como la Vaguada de la Palma, hasta San Cayetano. Allí se situó un piquete de soldados para evitar la comunicación con San Vicente. La guarnición de los fuertes se dio cuenta de las intenciones de los asaltantes y dispararon contra éstos, infligiendo muchas bajas. Pero los trabajos de excavación siguieron adelante, y el día 26 de junio se alcanzó la vieja muralla de la ciudad. Esto permitió que varios piquetes de soldados se pudieran situar en algunos edificios en ruinas, impidiendo la comunicación entre los dos fuertes menores y el principal de San Vicente. La munición llegó por fin la mañana del 26, y los cañones y obuses, que se habían retirado para evitar su destrucción mientras estaban inactivos, se colocaron de nuevo en las baterías. Los cañones seguirían batiendo San Cayetano, mientras que los obuses lanzarían bola roja (balas de cañón calentadas al rojo vivo) con la intención de incendiar el tejado de San Vicente, que los defensores no habían tenido tiempo de cubrir con arena. Al mediodía comenzaron los disparos y, antes del ocaso, San Vicente estaba en llamas en distintos puntos. Con gran esfuerzo, la guarnición consiguió extinguir los fuegos. Dos cañones de seis libras y un obús de bronce se trasladaron a la batería situada en el convento de San Bernardo, con la intención de poner en jaque a la artillería francesa. Esa noche se intentó construir una trinchera de aproximación alternativa desde el Colegio de Cuenca hasta San Cayetano, para así poder colocar una mina que destruyera las murallas del fuerte, ya que con la artillería parecía imposible abrir una brecha. Desde el sur también se realizaron trabajos de minado del fuerte de La Merced. La excavación de estas trincheras de aproximación se realizó con rapidez, gracias a la protección que ofrecía el terreno del fondo de la vaguada y por la escasa resistencia que oponía la piedra arenisca, en la que se podía cavar con facilidad. Al amanecer del 27 de junio, las baterías reanudaron el fuego, causando una gran destrucción. Por fin se había conseguido abrir una brecha practicable en San Cayetano, y San Vicente estaba envuelto en llamas. No había tiempo que perder. Las tropas ya estaban en posición en la vaguada, justo debajo de San Cayetano, preparadas para llevar a cabo el asalto cuando, de pronto, apareció una bandera blanca ondeando sobre el edificio. El comandante francés ofreció la rendición de San Cayetano y La Merced, pero antes debía consultar con su superior al mando del fuerte de San Vicente, por lo que solicitaba una tregua de dos horas. Wellington le dio cinco minutos para rendirse, después de lo cual podría abandonar el fuerte con todas sus posesiones y con la garantía de que nadie le haría daño. El oficial francés, temiendo quizás la venganza de Napoleón contra todo oficial que rindiera una fortificación antes de que ésta fuera asaltada, se negó, por lo que se le pidió que arriara la bandera blanca, ya que el asalto era inminente. Entonces, el comandante de San Vicente ofreció la rendición en tres horas. Pero Wellington, pensando acertadamente que era una estratagema para ganar tiempo y así lograr apagar los fuegos que consumían el fuerte, le concedió cinco minutos, después de los cuales la artillería volvió a abrir fuego. Los soldados británicos penetraron por la brecha abierta en San Cayetano, mientras que las murallas de La Merced se superaron por medio de escaleras. El 9º de Caçadores, que estaba oculto en la vaguada y en los edificios cercanos, corrió hacia los muros de San Vicente, pero, esta vez, la guarnición no ofreció resistencia y el asedio llegó a su fin. Unos días después, algunos soldados españoles vigilaban los barriles de pólvora que los franceses habían almacenado en los fuertes y que se iban a transportar a Ciudad Rodrigo. La negligencia de estos soldados iba a completar la destrucción de parte del patrimonio monumental de Salamanca:

Me desperté cuando mi ventana se hizo añicos y enormes trozos de piedra comenzaron a caer sobre el tejado. Al principio pensé que los franceses habían vuelto a la ciudad, pero resultó ser que un centinela español se había puesto a fumar al lado de unos barriles de pólvora. La explosión destruyó las casas en cien metros a la redonda, y enterró bajo los escombros a todos sus habitantes. Toda la ciudad tembló. Yo estaba a unos quinientos metros del lugar de la explosión y me acerqué a ver los daños. Sacaron unos cuarenta o cincuenta muertos de debajo de los escombros, hombres, mujeres y niños.
(Glover)

Esta entrada viene acompañada por un grabado de la Batalla de Salamanca publicado en 1812 cuyo autor es Henri L'Eveque.