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En el diario "Tribuna de Salamanca" de hoy, en la sección "Del Yeltes al Huebra", el periodista Paco Cañamero pone en duda que los restos del guerrillero salmantino Julián Sánchez "El Charro", que se trasladaron en 1980 de la localidad segoviana de Etreros a Ciudad Rodrigo, pertenezcan realmente a este personaje. A mí en el fondo me da igual que sean o no los verdaderos restos del Brigadier, por lo que a mí respecta no tiene importancia: un cadáver es un cadáver y todos sirven para lo mismo.
Por otro lado, no entiendo muy bien es cuál es el objetivo que persigue el artículo. ¿No hubiera sido mejor que el citado periodista se entrevistara con Don Salvador Llopis? El antiguo Cronista de la ciudad de Salamanca y responsable del traslado de los restos, a pesar de su avanzadísima edad y de las dificultades que tiene para hablar, mantiene una mente perfectamente lúcida. Yo he escuchado cómo fue la historia del traslado de los restos de Don Julián de sus propios labios y mereció mucho la pena. Creo que hubiera sido una muestra de respeto hacia una persona que, trajera los verdaderos restos de Don Julián o no -y lo mismo mete la pata Cañamero en este aspecto- por lo menos estuvo muchos años trabajando en cuestiones relacionadas con la Guerra de la Independencia en la provincia de Salamanca.
Os dejo con el artículo de Paco Cañamero y con un retrato que el genial ilustrador Dionisio Álvarez Cueto le hizo al Brigadier basándose en otro retrato atribuido a Zacarías González Velázquez y fechado en torno a 1812:
Cuando el viajero llegó a Etreros en una luminosa mañana invernal, la impresión lo embargó al pisar aquellos parajes castellanos, pero sobre todo al contemplar los caminos que delimitan las besanas. Los mismos por donde Julian Sánchez ‘El Charro’ paseaba su tristeza cuando fue desterrado a esa pedanía por Fernando VII. El nefasto monarca que llamaron ‘El Deseado’ y pasó a la historia como el peor rey de la historia, pero sobre todo en un traidor de su patria y de su linaje.
Esa mañana, en Etreros, las mujeres vestidas con el traje típico celebran la fiesta de las Águedas y procesionan a la santa alrededor de la iglesia, hasta que al finalizar los oficios, las notas de una jota surgen con tanta fuerza de la dulzaina que se puede escuchar en la vecina villa de Sangarcía (de la que Etreros es pedanía), un lugar que pasó a la historia por la fama de sus arrieros, quienes en la Edad Media compraban el trigo por Castilla para suministrar a la Corte.
A esas horas y bajo los sones de la dulzaina, al viajero le indican donde vive la señora Teresa, que así se llama la santera que custodia las llaves de la ermita del Santo Cristo de los Afligidos. Entonces sigue el camino y cuando llega a su casa, llama a la puerta. Entonces sale la señora y al explicarle el motivo de su visita, se nota que confía en el forastero porque enseguida le deja la llave. Entonces, éste se desplaza a la ermita, situada en las afueras, en un teso al lado del cementerio siguiendo el camino real, para visitar el lugar en el que fue enterrado ‘El Charro’ tras morir en ese lugar el 18 de octubre de 1932.
Chirría la cerradura, que pide a gritos que la engrasen con ‘tres en uno’ y hasta se teme no poder entrar, pero finalmente las puertas se abren para dar paso a un mundo de abandono, con fuerte olor a humedad, dominado por el tenebrismo y el misterio. Parecía que de cualquier rincón iba a salir el demonio con la horca, por lo que hubo que abrir las ventanas para que entrara la claridad y de paso observar con más detalle ese lugar ideado para dar miedo en el que Stephen King hubiera tenido el guión perfecto para una de sus novelas de miedo.
Superado el sobresaltado inicial, el forastero presencia el interior de la ermita hasta que al fondo, descubre una placa de piedra arenisca rotulada de letras rojas. A ella se dirige y embargado por la emoción lee: ‘En esa ermita y en sepultura llana sin inscripción alguna fue enterrado el 19 de octubre de 1832, el famoso guerrillero salmantino de la Guerra de la Independencia don Julián Sánchez ‘El Charro’, brigadier de los reales ejércitos españoles, siendo exhumados el 2 de febrero de 1980 por el Excelentísimo Ayuntamiento de Salamanca.
En Etreros, la gente apenas muestra interés porque El Charro residiera y muriera en su pueblo. Ellos, lo que más recuerdan es la expectación vivida la mañana que exhumaron sus restos con el pueblo entero presenciando los trabajos a la puerta de la ermita. Aquel día, mientras los trabajadores del Ayuntamiento de Salamanca abrían las tumbas sin encontrar rastro del Charro, la desolación se hacía presente en la representación salmantina que encabezaba el locutor Antonio Sandoval (quien llevó a cabo una campaña en el programa Nuestros pueblos, que dirigió con gran éxito durante muchos años en Radio Popular, para recuperar los restos), el historiador Salvador Llopis y el concejal Luis Calvo Rengel.
Esa mañana, ya cerca del mediodía el desánimo se apoderó de la expedición salmantina y cuando estaban a punto de desistir los trabajos, sobre todo al tener constancia que años antes alguien había abierto la tumba apareció un esqueleto calzado con botas de montar y con resto de barba. Entonces como dieron por bueno que se trataba del célebre guerrillero de Muñoz
Pero, como decía un lugareño sentado a la solana, los restos que se trajeron eran de un hombre alto y esbelto de barba rubia y precisamente, los salmantinos de aquella época eran más bien bajitos, algo chaparros y, en la mayoría, muy morenos, como don Julián.