No me pierdo ni uno solo de los artículos de Arturo Pérez Reverte publicados en el suplemento "XL Semanal", que entregan con el diario ABC. Sobre todo porque este buen hombre es el único que se atreve a insultar públicamente a la clase política española, lo que me parece un sanísimo ejercicio de democracia dada la patulea de gobernantes y oposición que nos ha tocado soportar en este país desde siempre, pero también porque Pérez Reverte a veces escribe sobre los Bicentenarios de la Guerra de la Independencia, como hizo el pasado domingo:
Entristece comprobar cómo transcurre en España el bicentenario de acontecimientos relacionados con la guerra de la Independencia, en el supuesto –no tengo la certeza absoluta– de que aún la llamen así los libros de texto. Si algo caracteriza el asunto es el desinterés institucional y el carácter local, casi privado, de cada acto. Un ayuntamiento, un colegio, un grupo de aficionados a la historia de su pueblo, convencen a las autoridades, consiguen una modesta financiación y, a fuerza de entusiasmo y tesón, la iniciativa sale adelante: La Albuera, Bailén, La Coruña. O no sale. A veces tropieza con muros de incomprensión o recelo. A no pocos imbéciles, recordar batallas les suena a militarismo, y recelan de una Historia que ni conocen ni les importa. Otros, los perspicaces, intuyen que esas cosas crean ambiente y dan votos. Entonces se adhieren al proyecto, a veces –seamos justos– con sincero entusiasmo. Pero esto suele ocurrir a escala local. Más arriba, las cosas cambian. Por lo común, para que haya apoyo económico e institucional, el ayuntamiento debe estar regido por el mismo partido político que gobierna la comunidad correspondiente. Si no, la respuesta suele ser la indiferencia más absoluta, se trate de la guerra de la Independencia o de la guerra de las Galaxias. Y del Estado, qué les voy a contar. Ni está ni se le espera. Sobre la comisión para el bicentenario, que con tanta pompa presentó en su momento, huelgan comentarios. A su currículum y actividades me remito.
Luego viene la mala fe y la mezquindad de cada cual. Ejemplo fresco es Gerona: escenario, con Zaragoza, de una de las más tenaces y heroicas defensas contra los franceses. Estos días se puede visitar una exposición que pasa de puntillas por la figura del general Álvarez de Castro y apenas menciona la guerra peninsular. La pasmosa lectura del asunto es que aquello fue un episodio menor de las relaciones bilaterales entre Cataluña y Francia, que la ciudad mejoró una barbaridad bajo la ocupación –casi liberación– napoleónica, y que los oprimidos –por España– payeses y ciudadanos gerundenses se vieron obligados por los militares españoles a defender la ciudad contra su voluntad y sus intereses, en una guerra tonta que ni les iba ni les venía. Poco más o menos. Con un catálogo de la exposición, además, publicado sólo en catalán, con un resumencito al final en francés, inglés y castellano. Para que no haya dudas al respecto.
Con otro asedio ha habido más suerte. En Zaragoza, donde el carácter nacional de aquella guerra no lo discute nadie, la conmemoración del primer sitio francés fue espléndida. Incluyó una recreación histórica que, al principio, el ayuntamiento veía con recelo. Sacar uniformes de época, banderas y fusiles a la calle le parecía un alarde militarista y patriotero. Ahora, en vista del éxito de público obtenido –20.000 personas, y la gente encantada–, ha decidido hacerse cargo del asunto el año que viene, sin complejos. Y es que no hay como los votos para revisar conceptos. Otro caso de respuesta popular ha sido el de Medellín, que este año se volcó en el recuerdo de una batalla que, en 1809, costó allí 8.000 muertos a los españoles. Su memoria se honró como Dios manda, gracias a la iniciativa de un humilde profesor de instituto que convenció a sus paisanos. Colaboraron el ministerio de Defensa –que siempre ayuda cuando se lo piden– y las asociaciones napoleónicas. Hoy, un monumento a la paz y a la memoria señala, al fin, ese campo de batalla.
Como ven, pese a todo, hay gente que no se rinde, y arrastra a otros en el sueño de recobrar su memoria histórica, la de todos, borrada por siglos de estupidez e incultura. Un acicate perfecto para que los jóvenes se interesen por libros y museos. Por la huella de lo que fueron y la clave de lo que son. Hay que agradecer ahí el trabajo dignísimo, entusiasta, que hacen las asociaciones napoleónicas españolas; que con sus grupos de recreación histórica, en compañía de aficionados ingleses y franceses, reconstruyen los escenarios en espectáculos brillantes y emotivos. Dan así una lección de Historia viva, y rinden homenaje a los miles de compatriotas que lucharon y murieron en España hace doscientos años. Eso ocurrió en Somosierra el año pasado, gracias al tesón de la asociación de Voluntarios de Madrid; y se repetirá en Talavera dentro de dos semanas, cuando se conmemore la batalla que allí riñeron, en julio de 1809, españoles, ingleses y franceses. Un choque sangriento que acabó en tablas, con casi 15.000 bajas y un regimiento de caballería español, el del Rey, dando una carga sable en mano que los historiadores califican de ‘asombrosa’. Con motivo del bicentenario se han dado allí conferencias y publicado cuadernos didácticos para escolares, se expone una estupenda maqueta que reproduce el lugar, y el domingo 21 de junio está prevista una recreación con tropas uniformadas de época en el campo de batalla. También habrá acto institucional. Esta vez hubo suerte. Como el ayuntamiento es del Pesoe, colabora la Junta de Castilla-La Mancha.
Entristece comprobar cómo transcurre en España el bicentenario de acontecimientos relacionados con la guerra de la Independencia, en el supuesto –no tengo la certeza absoluta– de que aún la llamen así los libros de texto. Si algo caracteriza el asunto es el desinterés institucional y el carácter local, casi privado, de cada acto. Un ayuntamiento, un colegio, un grupo de aficionados a la historia de su pueblo, convencen a las autoridades, consiguen una modesta financiación y, a fuerza de entusiasmo y tesón, la iniciativa sale adelante: La Albuera, Bailén, La Coruña. O no sale. A veces tropieza con muros de incomprensión o recelo. A no pocos imbéciles, recordar batallas les suena a militarismo, y recelan de una Historia que ni conocen ni les importa. Otros, los perspicaces, intuyen que esas cosas crean ambiente y dan votos. Entonces se adhieren al proyecto, a veces –seamos justos– con sincero entusiasmo. Pero esto suele ocurrir a escala local. Más arriba, las cosas cambian. Por lo común, para que haya apoyo económico e institucional, el ayuntamiento debe estar regido por el mismo partido político que gobierna la comunidad correspondiente. Si no, la respuesta suele ser la indiferencia más absoluta, se trate de la guerra de la Independencia o de la guerra de las Galaxias. Y del Estado, qué les voy a contar. Ni está ni se le espera. Sobre la comisión para el bicentenario, que con tanta pompa presentó en su momento, huelgan comentarios. A su currículum y actividades me remito.
Luego viene la mala fe y la mezquindad de cada cual. Ejemplo fresco es Gerona: escenario, con Zaragoza, de una de las más tenaces y heroicas defensas contra los franceses. Estos días se puede visitar una exposición que pasa de puntillas por la figura del general Álvarez de Castro y apenas menciona la guerra peninsular. La pasmosa lectura del asunto es que aquello fue un episodio menor de las relaciones bilaterales entre Cataluña y Francia, que la ciudad mejoró una barbaridad bajo la ocupación –casi liberación– napoleónica, y que los oprimidos –por España– payeses y ciudadanos gerundenses se vieron obligados por los militares españoles a defender la ciudad contra su voluntad y sus intereses, en una guerra tonta que ni les iba ni les venía. Poco más o menos. Con un catálogo de la exposición, además, publicado sólo en catalán, con un resumencito al final en francés, inglés y castellano. Para que no haya dudas al respecto.
Con otro asedio ha habido más suerte. En Zaragoza, donde el carácter nacional de aquella guerra no lo discute nadie, la conmemoración del primer sitio francés fue espléndida. Incluyó una recreación histórica que, al principio, el ayuntamiento veía con recelo. Sacar uniformes de época, banderas y fusiles a la calle le parecía un alarde militarista y patriotero. Ahora, en vista del éxito de público obtenido –20.000 personas, y la gente encantada–, ha decidido hacerse cargo del asunto el año que viene, sin complejos. Y es que no hay como los votos para revisar conceptos. Otro caso de respuesta popular ha sido el de Medellín, que este año se volcó en el recuerdo de una batalla que, en 1809, costó allí 8.000 muertos a los españoles. Su memoria se honró como Dios manda, gracias a la iniciativa de un humilde profesor de instituto que convenció a sus paisanos. Colaboraron el ministerio de Defensa –que siempre ayuda cuando se lo piden– y las asociaciones napoleónicas. Hoy, un monumento a la paz y a la memoria señala, al fin, ese campo de batalla.
Como ven, pese a todo, hay gente que no se rinde, y arrastra a otros en el sueño de recobrar su memoria histórica, la de todos, borrada por siglos de estupidez e incultura. Un acicate perfecto para que los jóvenes se interesen por libros y museos. Por la huella de lo que fueron y la clave de lo que son. Hay que agradecer ahí el trabajo dignísimo, entusiasta, que hacen las asociaciones napoleónicas españolas; que con sus grupos de recreación histórica, en compañía de aficionados ingleses y franceses, reconstruyen los escenarios en espectáculos brillantes y emotivos. Dan así una lección de Historia viva, y rinden homenaje a los miles de compatriotas que lucharon y murieron en España hace doscientos años. Eso ocurrió en Somosierra el año pasado, gracias al tesón de la asociación de Voluntarios de Madrid; y se repetirá en Talavera dentro de dos semanas, cuando se conmemore la batalla que allí riñeron, en julio de 1809, españoles, ingleses y franceses. Un choque sangriento que acabó en tablas, con casi 15.000 bajas y un regimiento de caballería español, el del Rey, dando una carga sable en mano que los historiadores califican de ‘asombrosa’. Con motivo del bicentenario se han dado allí conferencias y publicado cuadernos didácticos para escolares, se expone una estupenda maqueta que reproduce el lugar, y el domingo 21 de junio está prevista una recreación con tropas uniformadas de época en el campo de batalla. También habrá acto institucional. Esta vez hubo suerte. Como el ayuntamiento es del Pesoe, colabora la Junta de Castilla-La Mancha.
Estoy persuadido de que a esta clase dirigente, bien la que gobierna o bien la que dice oponerse, no le interesa potenciar como se merece la conmemoración del Bicentenario de la Guerra de la Independencia en los medios de comunicación de masas.
ResponderEliminarNo creo que todos estos políticos sean unos ignorantes y desconozcan que este episodio histórico está en la base de la Nación. Bien al contrario, muchos de ellos estimo que sí tienen la suficiente cultura histórica como para saber por qué se produjo, qué representó y en qué desembocó aquella guerra cuando terminó.
Intuyo que, si no todos, bastantes miembros de esta clase política, tienen cierto recelo a que el gran público, empezando por conocer los hechos bélicos, curioseara después sobre los antecedentes de las guerras napoleónicas y descubriera la verdadera gran guerra, la que dio lugar a todas las demás, la que se libraba en el campo de las ideas en los espíritus libres como el de Voltaire, siempre crítico y mordaz con el poder, el de Rousseau, teórico del contrato social, que han de cumplir no sólo los gobernados sino también los gobernantes, el de Montesquieu, quien disparó muy fino al teorizar sobre la necesidad de la división de poderes para alcanzar una auténtica Justicia, o el de el abate Sièyes, quien, en los albores de la Revolución Francesa, escribió y distribuyó entre el pueblo francés aquel pasquín que decía: "¿Qué es el pueblo?: el pueblo lo es todo. ¿Qué pide el pueblo?: ser algo", frases incendiarias que calaron hondo en un pueblo harto de absolutismo y que se convirtieron en una mecha que prendió fuego a los cimientos del despotismo tomando la Bastilla y proclamando los derechos del hombre y del ciudadano.
Descubrirían también muchos españoles de hoy, acabada la guerra y vuelto Fernando VII al poder, a muchos de sus antepasados de hace 200 años gritando desde su ignorancia aquello de "Vivan las cadenas" "Muera la Constitución de Cádiz", lo que dío lugar a perder la oportunidad de que la vía abierta por intelectuales como Riego, Quintana, Blanco White o Toreno prosperase y colocara a España en el barco del progreso.
Hasta el mismo Mina, aquel formidable guerrillero navarro, sobrino del no menos formidable Espoz y Mina, se vio obligado a cruzar el Atlántico en busca de su antiguo rey enemigo, José Bonaparte, con el propósito de conseguir ayuda para los liberales españoles en vista del cariz absolutista que había adoptado Fernando VII después de la guerra.
Uno no se puede extrañar por lo tanto, en esta España del siglo XXI, plagada de intereses localistas, cada vez con menos conciencia de nación, de que la mayor parte de esta clase política se enroque en esos intereses y se muestre reticente a la hora de potenciar el conocimiento del Bicentenario de la Guerra de la Independencia. ¡Pero si aún no hemos podido resucitar a Montesquieu a la hora de hacer efectiva una verdadera separación de poderes! ¿Será que buena parte de este pueblo seguría estando dispuesto a gritar aquéllo de "Vivan las cadenas"?
José Marcos
Cuanta verdad hay siempre en las palabras de Arturo Perez Reverte.Pero yo creo que es predicar en el desierto.Estamos en el pais en el que estamos y no creo que se pueda hacer mucho más de lo que se hace.
ResponderEliminarMaravilloso libro el de Trafalgar donde nos situa un barco ficticio en la mitada de la batalla.En el homenaje del la marina con el aquel entonces ministro de defensa Bono fue invitado a el bicentario.Y en la cubierta del Principe de Asturias pudimos oir sus palabras y las de algún politico más en recuerdo de las victimas de aquella memorable batalla.Años mas tarde tambien consiguió aglutinar entorno a su proyecto de conmemoración del 2 de Mayo en Madrid, politicos como Esperanza Aguirre.La exposición que organizo en el edificion del Canal de Isabel II ,en recuerdo del pueblo de Madrid fué para quitarse el sombrero.Su libro un dia de cólera nos lo muestra crudamente.
En definitiva si ha este escritor no se le escucha ....es que estamos perdidos.....
Felipe