Andrés Pérez de Herrasti (1750-1818)
Andrés Víctor José Miguel Pérez de Herrasti Viedma y Aróstegui Pérez del Pulgar Fernández de Córdoba, descendiente de dos de las más ilustres y principales familias de la aristocracia andaluza, nació en Granada el día 6 de marzo de 1750. Por vía paterna, entre sus más remotos antepasados se encontraba Domingo Pérez de Herrasti –perteneciente a la antiquísima casa de Herrasti en Azcoitia (Guipúzcoa)– que fue uno de los caballeros que acompañaron a los Reyes Católicos en la conquista de Granada, obteniendo como premio un señorío en esas tierras: el del pueblo y campos de Baralaira, que recibirían el nuevo nombre de Señorío de Domingo Pérez y que se convertirían en su nuevo hogar. Por vía materna, descendía también de otro capitán de los Reyes Católicos, el afamado Hernán Pérez del Pulgar, conocido como «el de las Grandes Hazañas». Con estos antecedentes de heroísmo militar y de nobleza, repetidos de una forma u otra generación tras generación, no es extraño que el joven Andrés ingresara en el ejército en el año de 1762, a la temprana edad de doce años, concretamente como cadete del Regimiento Provincial de Granada. Dos años después entró como cadete en el Regimiento de Reales Guardias Españolas, unidad en el seno de la cual pasaría por todos los empleos y grados que consignamos a continuación: Alférez (1776), Alférez de Granaderos (1777), 2.º Teniente de Fusileros (1779), 2.º Teniente de Granaderos (1783), 1.er Teniente de Fusileros (1785), 1.er Teniente de Granaderos (1791), Coronel (1791), Capitán (1793), Brigadier (1795) y Mariscal de Campo (1809). En su hoja de servicios aparece un escueto informe sobre su persona: «Valor, acreditado; aplicación, bastante; capacidad, bastante; conducta, buena; estado, casado. Este oficial está en estado de continuar, es casado, bizarro y a propósito para el mando». Siempre en tan alta estima, Herrasti sirvió en el ejército español durante cincuenta y dos años, hasta su muerte, que le sobrevino en 1818, ostentando el grado de Teniente General y el empleo de Gobernador Civil y Militar de Barcelona – honores concedidos en el año 1814, tras su vuelta del cautiverio en Francia–.
Herrasti participó, además, en las principales campañas y en algunas de las más memorables acciones llevadas a cabo durante los años anteriores a la Guerra de la Independencia. En el año 1775 participó en la expedición que Carlos III envió a Argel en contra de las tropas del emperador de Marruecos y de los piratas que operaban desde ese puerto, operación que terminó en un auténtico desastre para los españoles, con más de mil quinientos muertos y unos tres mil heridos, entre ellos el protagonista de esta semblanza; en el bloqueo y sitio de Gibraltar desde el primero de septiembre de 1779 hasta que se concluyó sin éxito; en el sitio de Orán desde el 28 de mayo de 1791 hasta su evacuación y abandono; en la guerra contra Francia, entrando en el Rosellón con las primeras tropas en abril de 1793 y cayendo prisionero en mayo del año siguiente, durante la precipitada retirada española ante el ataque del general Dugommier; en la Guerra de las Naranjas contra Portugal, tomando parte muy primordial en la ocupación del lugar de Jarde, en la toma de la plaza de Villaviciosa y en otras muchas acciones.
Pero fue la Guerra de la Independencia la que marcó el triste destino de Herrasti, le convirtió en un personaje para la historia y le ofreció la oportunidad de demostrar su pundonor de militar hasta el límite de sus fuerzas y de su deber. El 17 de marzo de 1808, el por entonces brigadier Pérez de Herrasti, en ese momento destinado al frente del 1.er Batallón del Regimiento de Reales Guardias Españolas –que se encontraba acantonado en Vicálvaro– recibió la orden del coronel del Regimiento, el duque del Infantado –un fiel fernandino y, por lo tanto, enemigo acérrimo de Godoy– de asaltar el palacio del valido en Aranjuez y proceder a su captura. Este episodio provocó la abdicación del rey Carlos y el acceso al trono de Fernando aunque, como es bien sabido, el asunto no acabó ahí, sino con Napoleón interviniendo como árbitro del litigio entre el monarca y el heredero. De este modo, atrayendo con artimañas a padre e hijo a territorio francés –con la excusa de celebrar una reunión para solventar el problema de la legalidad de la abdicación de Carlos– Napoleón secuestró a la familia real española y desplegó sus tropas por España con el objetivo de lograr un cambio de dinastía –de los Borbones a los Bonaparte–, algo que hacía tiempo que ansiaba el Emperador. Herrasti, sin saberlo, se había convertido, con su intervención en Aranjuez, en uno de los personajes que pusieron en marcha el mecanismo de la guerra que asolaría España durante casi seis años. Poco tiempo después habría de pagar, con la humillación y el cautiverio, su participación en esa lamentable lucha por el poder que terminaría convirtiendo a España en un campo de batalla sobre el que Francia y Gran Bretaña dirimirían quién iba a ser la primera potencia mundial del siglo XIX. Mientras tanto, el pueblo español luchaba por un rey, Fernando VII, que, a su vuelta en 1814, terminó demostrando que más habría valido aceptar de buen grado el cambio dinástico impuesto por Napoleón.
El día 2 de mayo, el brigadier Pérez de Herrasti puso a su batallón y demás tropas de la comarca, así como a varios pueblos, sobre las armas para socorrer Madrid, sublevado contra los imperiales. El auxilio no se hizo efectivo, ya que desde instancias superiores se recibió la orden de no intervenir en los sucesos de la capital. Desesperado por luchar contra el invasor, Herrasti marchó, con su batallón de Reales Guardias Españolas y el Ejército del Centro al mando del general Castaños, a La Rioja, hallándose en todas las diferentes posiciones que allí se tomaron: socorro de Lodosa, expedición de Autol y apostadero de Ausajo, hasta la batalla de Tudela, librada el 23 de noviembre de 1808, debacle española tras la cual el Ejército del Centro inició una penosa retirada hacia el sur, en busca de nuevas órdenes por parte de la Junta Central –en ese momento también en plena huída y por lo tanto difícil de localizar–. Durante esa retirada, Herrasti tendría ocasión de destacarse en la acción de Tarancón (Cuenca) del 25 de diciembre, en la que rechazó, por dos veces, con trescientos hombres de su batallón, a una fuerza de caballería compuesta por ochocientos Dragones de la Brigada del general Perreimond. El valor y la tenacidad demostrados en este combate le valieron el ascenso a mariscal de campo –aunque quizá este fulgurante ascenso fuera más bien una recompensa por su actuación en favor de Fernando VII en Aranjuez– y el empleo como Comandante General del Cantón de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real). Tras unos pocos meses, ya iniciado el año de 1809, fue llamado a Sevilla –la nueva sede de la Junta Central Gubernativa del Reino– que le destinó, el 15 de marzo de 1809, al Ejército de la Izquierda, que en ese momento se encontraba al mando del teniente general Marqués de la Romana. El lugar donde debía incorporarse a su nuevo empleo era Gijón, ciudad a la que, al estar el centro y el norte peninsular ocupados por los imperiales, solamente podía llegar por mar. El día 19 salió del puerto de Cádiz acompañado por su nuevo edecán, el por entonces teniente Joaquín de Zayas. La travesía transcurrió tranquila hasta que, habiendo ya llegado a aguas del Cabo de Peña el día 20 de mayo, y a menos de una jornada del puerto de Gijón, se cruzaron con un bergantín cuyo capitán les advirtió de que la ciudad asturiana había caído en poder de los franceses. El día 17 de junio de 1809, un desesperado y agotado Herrasti estaba de vuelta en Cádiz, tras treinta días de penosa navegación bajo terribles borrascas, y sin haber podido incorporarse a su destino. Ansioso por entrar en combate, Herrasti solicitó un nuevo destino en el Ejército de Aragón, comandado por el general Blake y, si esto no era posible, al de Extremadura, con el general Gregorio García de la Cuesta al frente. Ninguno de los dos destinos le fue otorgado. Fue enviado de nuevo al Ejército de la Izquierda, ahora al mando del Duque del Parque, con el que combatió en la batalla de Tamames (Salamanca), librada el 18 de octubre de 1809, y que se saldó con una victoria de los españoles. Apenas un par de días después, Herrasti recibió el empleo que le enfrentaría a dos de los más afamados mariscales del Imperio, Masséna y Ney, y que le consagraría como héroe olvidado de la Guerra de la Independencia: gobernador militar de la cercana plaza de Ciudad Rodrigo, convertida en uno de los focos de resistencia más importantes al constituirse como sede de la Junta Superior de Castilla la Vieja, de la cual Herrasti sería presidente.
El 10 de julio de 1810, tras un asedio de dos meses y medio, Herrasti, un militar que ha de pasar a la historia por su aprecio por la vida humana, supo rendir la plaza de la que era gobernador en el momento preciso, sin faltar en absoluto a su deber como soldado, para así evitar una matanza por parte de los imperiales como represalia. Dos días después de la capitulación, Herrasti marchaba al cautiverio en Francia junto a toda su guarnición.
Como los demás deportados españoles, Herrasti recuperó su libertad en 1814, tras la abdicación de Napoleón. Un decreto del Gobierno Provisional de Luis XVIII dispuso que «para poner fin al flagelo de la guerra y reparar en lo posible sus terribles resultados, todos los prisioneros de guerra serán puestos a disposición de sus potencias respectivas». En un lamentable estado físico y moral, Herrasti aún tuvo que enfrentarse en Madrid al Consejo de Guerra de Purificación, que afortunadamente no encontró en él el más mínimo atisbo de traición a los Borbones y que determinó su limpieza y le recomendó para ser empleado por el rey «en el destino y clase que tenga S.M. a bien». El rey tuvo a bien ascenderle a teniente general el 28 de julio del año 1814 con la antigüedad del día de la rendición de la plaza de Ciudad Rodrigo; es decir, el 10 de julio de 1810. Ese mismo año le llegaría la concesión de la condecoración de la Orden de Lis por parte del restaurado rey francés Luis XVIII «para acreditar su adhesión a la causa de los Borbones» y en 1816 el nombramiento de caballero de la Gran Cruz Laureada de San Fernando, que luce con todos sus atributos en el retrato con uniforme de teniente general que se exhibe en el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo. Pero, en lugar de tantas distinciones, mejor habría sido que se le hubiera concedido un destino más adecuado a su estado de salud. En el mismo año de su ascenso a teniente general, Fernando VII, obviando los problemas de Herrasti, le envió a Barcelona como gobernador militar y político, ciudad donde el clima húmedo agravaría su dolencia reumática. Hasta la capital catalana se trasladaría Herrasti con la que era su esposa desde el año 1792 –la también noble María Antonia de Luca y Timmermans– y allí moriría el día 24 de enero de 1818, tras una vida enteramente dedicada a la milicia y tras emplear sus últimos años en emprender esenciales mejoras urbanísticas en la ciudad de Barcelona, tales como la construcción del primer cementerio extramuros.
Un gran libro el tuyo Miguel Angel, y un tiempo muy adecuado para re-leerlo
ResponderEliminarUn abrazo
Rafa